Detrás de cada joven que empuña una raqueta hay un sueño: ser el próximo Nadal, Federer o Alcaraz. Pero, como ha detallado Dominic Thiem, ex tenista y ex número 3 del mundo, pocos saben cuánto cuesta realmente mantener ese sueño vivo durante los años de formación.
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Porque no se trata solo de talento o esfuerzo, sino también (y sobre todo) de dinero. Mucho dinero. En el tenis, llegar lejos es casi un lujo. Así, Dominic Thiem, campeón del US Open en 2020, lo sabe bien. Tras su retirada, el austríaco ha comenzado a trabajar con jóvenes promesas y no duda al describir el sistema actual como “una carrera de fondo reservada para quienes pueden permitírselo”.
El precio para ser tenista profesional ronda el millón de euros, señala Dominc Thiem
En sus palabras, el tenis juvenil se ha convertido en un deporte de élite… pero no solo en el sentido deportivo. Donde, a medida que un jugador crece y se adentra en el circuito internacional, los gastos se multiplican. Viajes, entrenadores, fisioterapeutas, material deportivo, inscripciones en torneos, alojamiento, comida, transporte… todo suma.
Compitiendo entre los 13 y los 18 años, un joven pasa gran parte del año fuera de casa, recorriendo torneos por Europa, América o Asia. No hay premios en metálico, no hay ingresos: solo gastos constantes. Y es ahí donde Thiem lanza la cifra que golpea como un saque directo: alcanzar ese nivel de preparación puede costar alrededor de un millón de euros.
“Desde los 13 hasta los 18 años, o hasta el punto en el que el chico o la chica empieza a ganar dinero, hay que pagar casi un millón en total, que es una cantidad increíble de dinero y que prácticamente nadie puede permitirse”, señaló en una entrevista para Jot Down Sport.
Esa inversión, según el propio tenista, es prácticamente imposible de asumir sin respaldo económico. “Si no tienes apoyo, no llegas. Así de simple“, dice el austríaco. Muchos jóvenes con talento se quedan por el camino no por falta de nivel, sino por no poder costear el camino hacia la élite. Y es que, en este deporte, cada punto jugado tiene detrás una factura.
“Si no tienes apoyo, no llegas”
El austriaco llegó a ser número 3 del ranking mundial, ganador de un Grand Slam, el US Open de 2020, y fue finalista en otros tres: Roland Garros 2018 y 2019, y el Open de Australia 2020. Dominic, ya alejado de las pistas de manera profesional, está hoy volcado en la formación de nuevos jóvenes talentos.

Claro que algunos jugadores logran encontrar apoyo mediante patrocinadores o inversores privados que apuestan por ellos a cambio de un porcentaje de sus futuros ingresos. Es una práctica cada vez más habitual, aunque arriesgada. Thiem recuerda que, en sus inicios, firmó un contrato que le garantizaba 80.000 euros anuales, dinero que devolvió una vez alcanzó el éxito. Pero no todos tienen la misma suerte o la misma proyección.
“Hay mucho talento que nunca llega a verse porque las familias no pueden costearlo”
Más allá del aspecto económico, Dominic Thiem lamenta que esta desigualdad limite la diversidad en el tenis profesional. “Hay mucho talento que nunca llega a verse porque las familias no pueden costearlo. Es injusto, pero es la realidad”, afirma. Su objetivo ahora es cambiar, aunque sea parcialmente, esa dinámica a través de programas de ayuda en su academia.
“Cuando tienes 15 o 16 años y empiezas a jugar los Grand Slams júnior, viajas casi como un profesional: 30 o 35 semanas al año. Y no hay premios en metálico, así que solo gastas. Necesitas apoyo, sí o sí”, dice.

“En el circuito, los números que se publican parecen enormes, pero de un cheque de, por ejemplo, 65.000 libras en Wimbledon, fácilmente se pierde un 60%: primero impuestos en el país donde juegas, luego en el tuyo propio, y además los gastos de entrenadores, fisioterapeutas, viajes y equipo”, cuenta. “Incluso con los patrocinadores tienes que pagar impuestos en función de los días que pasas en países como Reino Unido o Estados Unidos, porque tu imagen aparece en televisión con su ropa o su logo”.
Lo cierto es que el tenis se ha convertido en uno de los deportes más caros para formarse. Requiere una inversión continua durante años, y los beneficios solo llegan si se alcanza la cima. Hasta entonces, los jóvenes deben sostener un ritmo de gastos propio de una empresa, sin ninguna garantía de éxito.






