La final de Copa del Rey dejó a un lado las precauciones y ofreció un duelo vibrante, lleno de emoción y giros inesperados. En La Cartuja, el Barça doblegó al Real Madrid en un Clásico intenso (3-2), rompiendo así el aura de invulnerabilidad que los de Ancelotti solían mostrar en las finales. Esta vez, ni el escudo ni la épica fueron suficientes. El Madrid, que logró forzar la prórroga con un arreón heroico, acabó cayendo abatido por un disparo lejano de Koundé en el minuto 115.
El choque llegaba lastrado de antemano: entre lesiones y decisiones técnicas, Lewandowski y Mbappé, responsables de 73 goles entre ambos, se quedaron fuera de inicio. Hansi Flick optó por Ferran como recambio directo, mientras Ancelotti reorganizó su once apostando por cuatro centrocampistas, intentando protegerse de los costados aún sabiendo que ni Mendy ni Lucas Vázquez llegaban a su mejor nivel. La apuesta duró poco: Mendy aguantó ocho minutos y su sustituto, Fran García, fue de lo mejor del Madrid.
El Barça, sin embargo, apenas tocó nada. Con Pedri y De Jong marcando el compás, Dani Olmo conectando líneas y el tridente arriba, los azulgranas dominaron la primera mitad. El Madrid, incómodo, apenas lograba enlazar pases y veía cómo Vinicius quedaba aislado. Pedri, que algunos creían frágil, se mostró como el auténtico motor de su equipo. Tras varios avisos, fue el propio Pedri quien abrió el marcador con un disparo imparable a la escuadra.
Con el 1-0, el Barça parecía tener el partido bajo control, pero el Madrid comenzó a asomar. Bellingham vio puerta, aunque en fuera de juego, y Vinicius, muy vigilado, rozó el penalti en una acción anulada por fuera de juego previo.
Ancelotti agitó el banquillo en el descanso: entró Mbappé, junto a Modric y Güler poco después. El cambio de ritmo fue inmediato. Szczesny tuvo que multiplicarse para evitar varios goles, pero no pudo evitar el empate: una falta directa de Mbappé devolvía la esperanza al madridismo.
El partido, entonces, fue un torrente. Güler, eléctrico, sirvió un córner que Tchouameni cabeceó a la red, volteando el marcador. El Barça parecía tocado, pero no hundido. Ferran Torres, listo, aprovechó una mala salida de Courtois para igualar de nuevo a pocos minutos del final.
Hubo polémica: los azulgranas reclamaron dos penaltis, uno de ellos claro, que no fueron señalados ni en el campo ni desde el VAR.
La prórroga fue un ejercicio de resistencia: jugadores acalambrados, cambios obligados y mucha tensión. El Barça, más entero físicamente, tuvo las mejores ocasiones. Y cuando todo apuntaba a los penaltis, apareció Koundé: un disparo desde fuera del área, raso y sorpresivo, se coló en la portería de Courtois, sentenciando el título.
Con esta victoria, el Barça se lleva su tercer Clásico del curso y deja un golpe moral en un Madrid que ya no es intocable.