Desde luego, conviene desconfiar cuando se nos asegura que tal novela es la mejor de todos los tiempos o que estas son las diez mejores películas de la historia.
Por más que estas selecciones nos atraigan, rara vez conocemos los criterios con los que se elaboran, frecuentemente se basan en meros juicios de valor y en ellas, casi siempre, aunque “son todas las que están”, rara vez “están todas las que son”.
Sin embargo, como en todo, puede haber excepciones. Y esta quizá sea una de ellas: hay un amplio consenso acerca de que el mejor cuento sobre fútbol escrito hasta este momento, al menos en lo que se refiere a la literatura elaborada en español, es “19 de diciembre de 1971”, del argentino Roberto “El Negro” Fontanarrosa.
Entre “canallas” y leprosos”
Escritor, dibujante, guionista, cineasta, colaborador de Les Luthiers… Fontanarrosa está considerado, además, como el mejor autor de narraciones cortas sobre fútbol; e, incluso, como uno de los mejores escritores argentinos de narraciones cortas. Punto. Por descontado, a distancia de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Adolfo Bioy Casares. Pero no tanta como para no meterle en la lista.
El lector puede comprobar lo acertado o no de estos juicios acudiendo a la lectura de un volumen publicado hace apenas unos días, con el título de Puro fútbol, que recoge la totalidad de los cuentos sobre este deporte que salieron de la mano del autor. Son dos docenas, a cual mejor; y, entre ellos, no podía faltar “19 de diciembre de 1971”, también conocido como “El viejo Casale”.
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Al igual que ocurre en muchas otras narraciones de Fontanarrosa, el texto es un monólogo desgranado por un hincha. En este caso, se trata de un seguidor acérrimo de los “canallas” —es decir, de Rosario Central— con ocasión del partido histórico que, en la fecha que refleja el título del cuento, les enfrentó a Ñúbel, Ñul o los “leprosos”, como el lector prefiera denominar al archienemigo de Rosario —es decir, Newell’s Old Boys—. Un detalle que conviene tener en cuenta: no faltan precisamente los argentinos que afirman que, comparada con la rivalidad Rosario-Newell’s, la muy famosa de River y Boca es una broma…
Con un estilo directo y naturalista, en el que abundan los sonoros y expresivos modismos argentinos (turros, piolas, fato, chorros, fana, sabiola, orto… no se preocupe el lector no argentino: el contexto se encarga de desvelar fácilmente su sentido), la narración ilustra los antecedentes, sucesos y consecuencias de aquel encuentro para un grupo de seguidores de Rosario Central que se desplaza desde su ciudad al Monumental de Buenos Aires, escenario del partido.
El tono y los hechos narrados, que a un español le traerán seguramente aromas de esperpento y humor absurdo, hacen imposible no engancharse al relato y, sobre todo, no quedar francamente “tocado” por cómo se narra su desenlace.
Rosario, cuna del talento futbolístico argentino
No es casual que el autor de este inolvidable cuento sea rosarino. Hay pruebas más que sólidas de que Rosario y su entorno geográfico es la zona que ha producido más talento en la historia del fútbol argentino.
Sin olvidar a muchos históricos (Menotti, Andrada, Poy, Killer, Almirón, el “Tata” Martino, Basualdo, Bonano, Chamot, el “Kily” González, el “Trinche” Carlovich, etc.), tome nota el lector solo de algunos de los nombres más recientes: Di María, Correa, Mascherano, Solari, Lo Celso, Lavezzi, Banega, Mussachio, Garay, Maxi Rodríguez, Icardi… Ah, y un tal Lionel Messi.
Tanto es así, que se han llegado a escribir ensayos para tratar de explicar este fenómeno, como Rosario, cuna de cracks, ¿por qué el talento del fútbol argentino se concentra en esa ciudad?, del periodista Nicolás Galliari.
En cuanto a Fontanarrosa, era hincha conocido, reconocido e incondicional de Rosario Central. Falleció de ELA hace dieciséis años. La larga y masiva marcha que le acompañó hasta el cementerio del Parque de la Eternidad hizo una parada de varios minutos frente al Gigante de Arroyito, el estadio de su club. Posteriormente, la ciudad puso su nombre a un barrio y a una plaza.
Además, tras su fallecimiento, la bandera argentina ondeó a media asta en su ciudad natal. Un doble y justo homenaje, ya que a Rosario se la conoce como “la cuna de la bandera”, pues allí fue donde se enarboló por primera vez la enseña albiceleste.