La FIFA acaba de publicar un informe, titulado Multiempleo en las futbolistas de élite, según el cual 3 de cada 10 jugadoras de fútbol de las ligas profesionales de todo el mundo necesitan otro empleo para asegurarse el sustento.
Y, en este caso, “otro” empleo no significa siempre un “segundo” empleo, puesto que en algo más de la mitad de las ocasiones en las que tienen que acudir a complementar sus ingresos con otra ocupación, es esta última, y no el ejercicio profesional del futbol, la que les proporciona mayores recursos. O sea, que el “segundo empleo” es el futbol.
Más aún: en el 48% de los casos, lo que reciben del fútbol no les llega para cubrir todos los gastos que jugar al fútbol les genera. Lo cual resulta más que comprensible si se tiene en cuenta que el salario de tres de cada cuatro futbolistas no llega a los 18.500 euros anuales, cifra muy poco superior al salario mínimo interprofesional de España.
Situaciones muy dispares, según FIFA
Una vez expuestas las cifras más sobresalientes, conviene hacer algunas advertencias. La primera es que estos resultados proceden de una encuesta realizada hace un año a 736 futbolistas de 12 países. La segunda es que, como consecuencia de la variedad y enormes diferencias existentes entre los países seleccionados para su realización (de Botswana y Fiji, a Estados Unidos y Brasil, pasando por México o Suecia), los datos medios tienen una escasa representatividad.
Por ejemplo, más del 80% de las futbolistas de Botswana o Fiji no consiguen que sus salarios cubran la totalidad de los costes que el fútbol les genera, mientras que más del 75% de las futbolistas de Estados Unidos o Suecia sí lo logran. En realidad, solo un par de países (México y Coreo del Sur) están más o menos cerca de la media total, todo lo cual refleja que esta última oculta situaciones más bien extremadas.
Por otro lado, el bajo porcentaje de jugadoras que tienen otro empleo en determinados países no parece que sea debido a que su salario medio sea alto, que no lo es en absoluto (Nigeria, Brasil…), sino a que en ellos es más difícil encontrar trabajo que en otros países más desarrollados. Y decir que, por término medio, el 20% de las jugadoras tienen que hacerse cargo del cuidado de otras personas es decir más bien poco si se tiene en cuenta que en tres países (Botswana, Fiji y Nigeria) el porcentaje se va por encima del 75%, mientras que en ninguno de los nueve restantes llega al 10%.
En todo caso, donde se pone más de manifiesto la dispersión de los datos es en el tema de los salarios. De los 12 países analizados, solo Estados Unidos registra casos con cifras superiores a los 55.000 euros anuales, que tampoco son precisamente como para tirar cohetes. Todos los demás se hallan por debajo de los 18.500 euros al año. En cuatro de ellos, la cifra de ingresos reportada es… cero.
Un retrato de la diversidad y de la precariedad
Sin embargo, a pesar de la escasa representatividad estadística de los datos medios globales, no se pueden negar al informe de la FIFA algunas innegables virtudes.
La primera, sin duda, es que, aun con el inconveniente de esa cuestionable representatividad estadística, las cifras son lo suficientemente contundentes como para asumir que confirman el largo camino que será aún necesario recorrer de manera urgente para que las futbolistas profesionales tengan una compensación económica siquiera mínimamente razonable por el ejercicio de su trabajo.
En este sentido, el reconocimiento, desde el punto de vista normativo, de la naturaleza profesional de sus ligas es un importante paso en la perspectiva de conseguirlo, pero no es suficiente. Parafraseando al revés la famosa frase de un político de la transición, reconocer una cosa “a nivel legal” no equivale a que esté reconocida aún “a nivel de calle”. Hacen falta más actuaciones.
La segunda virtud del informe tiene que ver paradójicamente con la limitada representatividad estadística de sus datos medios. Estos, aun con ser sobradamente expresivos de que la situación es francamente mejorable en todas partes, por decirlo con suavidad, esconden involuntariamente que las diferencias son abismales entre unos países y otros.
En unos, el panorama, sin ser bueno, parece ir más o menos encaminado; en otros, por el contrario, decir que las jugadoras sufren precariedad económica y laboral sería decir muy poco. Y el estudio de la FIFA lo pone muy claramente de manifiesto.