Cuando un partido de fútbol llega a la prórroga —o el árbitro decreta un “alargue”, como dicen en Argentina, particularmente extenso—, es frecuente que los comentaristas televisivos subrayen, con toda razón, que “el cansancio está haciendo mella en las piernas de los jugadores del equipo X”, o que “la diferente fatiga acumulada por uno y otro equipo durante los 90 minutos reglamentarios será probablemente decisiva para la resolución final del encuentro”.
Además, sea por prórrogas o por descuentos, el impacto de los tiempos añadidos sobre el resultado final de los partidos, que siempre ha sido relevante, lo está siendo ahora más que antaño con toda seguridad.
Y no solo porque un número más bien elevado de encuentros requiere prórrogas —así ha ocurrido, por ejemplo, con una de cada tres eliminatorias de los Mundiales celebrados entre 1986 y 2018—, sino porque ese número tiende a ser creciente, como resultado de la mayor competitividad de los equipos y de la aplicación de determinadas tácticas propias del “fútbol moderno”; y, por añadidura, porque a ambas tendencias se suma al fuerte incremento de los “alargues” que se está registrando, sobre todo, desde el Mundial de Catar 2022.
En este último torneo, dos de cada tres partidos duraron más de 100 minutos, sin contar las prórrogas; y la duración media de los encuentros fue de 102 minutos, es decir, claramente por encima de los 97/98 minutos de los dos Mundiales anteriores.
En realidad, no hace falta irse tan atrás en el tiempo para encontrar ejemplos concretos. La reciente final de Europa League entre el Sevilla y la Roma se extendió hasta los 132 minutos, prórroga incluida; el Betis-Valencia de la última jornada de nuestra liga se fue a los 103, el Espanyol-Almería a los 99, etc.
Significativas consecuencias sobre el rendimiento… y los regates
Los efectos de estas extensiones del tiempo jugado pueden ser contemplados desde diversas perspectivas. Y una de ellas, desde luego, es su consecuencia sobre el rendimiento y recuperación posterior de los jugadores que las afrontan.
Por ello, los datos anteriores hacen que venga a cuento mencionar los resultados de un estudio elaborado por ocho expertos de tres Universidades británicas y publicado el año pasado año en el Journal of Sport and Health Science por impulso de la Universidad de Deportes de Shanghái. De manera resumida, el informe asegura que el rendimiento de los futbolistas sufre un bajón especialmente acusado durante las prórrogas, mucho mayor de lo esperable, en comparación proporcionalmente con el que mantienen durante los 90 minutos reglamentarios.
Tras examinar varias decenas de estudios previos, basados tanto en partidos reales de diversas competiciones como en simulaciones, y seleccionar los más consistentes, los autores señalan que, “durante las prórrogas, los jugadores cubren entre un 5% y un 12% menos distancia en comparación con los 90 minutos anteriores. Sufren reducciones en el rendimiento técnico (velocidad de tiro, número de pases y regates); y las medidas objetivas y subjetivas de recuperación pueden verse aún más comprometidas después de una prórroga que después del tiempo reglamentario”.
Asimismo, señalan que se han observado reducciones de entre el 2% y el 7% en la velocidad cuando se hacen esprint cortos en el periodo extra; y el número de regates y pases realizados con éxito en los últimos 15 minutos de la prórroga puede caer hasta en un 20%.
En cuanto a la respuesta fisiológica y neuromuscular durante el periodo extra, algunos estudios han observado apreciables “aumentos de glicerol plasmático, ácidos grasos no esterificados y adrenalina, así como reducciones en las concentraciones de glucosa y lactato en sangre”. Otros sugieren que la prórroga influye de manera acusada “en los marcadores de bicarbonato, exceso de bases, hemoglobina y el pH sanguíneo”. Y alguno más apunta a que provoca “un desarrollo adicional de fatiga neuromuscular que afecta principalmente el sistema nervioso central, con perturbaciones significativas en la activación voluntaria de los extensores de la rodilla y la fuerza voluntaria máxima del cuádriceps”.
En todo caso, nada de alarma
Aunque todo esto puede parecer seguramente muy preocupante a un profano, los expertos que han elaborado el informe no son nada alarmistas y reconocen que, pese a las evidencias encontradas, es preciso seguir investigando para llegar a conclusiones más seguras y, sobre todo, que hay fórmulas razonables y relativamente sencillas para compensar todos esos efectos.
En otras palabras, no sostienen que prórrogas y “alargues” supongan un riesgo grave para la salud de los jugadores, sino que pueden tener un impacto sobre su rendimiento y recuperación más que proporcional al incremento del tiempo que se juega; y que este es un riesgo que debe ser tenido en cuenta a fin de aplicar soluciones médicas de carácter tanto preventivo como corrector.
Al fin y al cabo, la regla de “30 minutos y, después, penaltis” es bastante razonable. De hecho, fue implantada en las competiciones futbolísticas de manera definitiva y generalizada hace unos veinte años, tras décadas de haber probado con otras alternativas, incluidos los “goles de oro y de plata”, que se consideraron finalmente menos justas desde el punto de vista deportivo.
Y, en cuanto a la creciente extensión de los “alargues”, parece ser un adecuado paliativo, desde el punto de vista de la justicia deportiva y de la integridad del espectáculo, frente al creciente recurso a las pérdidas premeditadas de tiempo que hacen que, en muchos de los partidos de las principales ligas europeas, se jueguen menos de 45 minutos de tiempo real.
En suma, los autores del estudio, aparte de felicitar a la FIFA por el aumento del número de jugadores que pueden ser sustituidos, recomiendan simplemente que los entrenadores dispongan las medidas específicas que son necesarias para afrontar en mejores condiciones la celebración de una prórroga cuando es razonablemente probable que esta ocurra; y, desde luego, que los jugadores que tienen una mayor tendencia a sufrir fatiga temporal sean previamente identificados mediante las modernas metodologías que lo hacen posible y, consecuentemente, sean sustituidos a la hora de afrontar el periodo extra.
“Además”, señalan, “abogamos por estrategias de alimentación cuidadosamente diseñadas durante los días previos a esos partidos que pueden requerir una prórroga; que se proporcionen hidratos de carbono a los futbolistas el día del encuentro e, incluso, cinco minutos antes de la prórroga; y que se adopten estrategias nutricionales que permitan reponer el glucógeno intramuscular y hepático después de los partidos que han tenido periodo extra”.