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Una de cada cuatro lesiones en el futbol… es esta

Escuchar cómo el aficionado de un equipo muestra su preocupación porque uno de sus principales jugadores ha sufrido “una lesión en los isquios”, y hasta se atreve a repetir el tiempo de curación que se suele aventurar en estos casos, es cosa ya normal en muchas conversaciones sobre fútbol. Y no es por casualidad. Las lesiones en los isquiotibiales, es decir, en la musculatura isquiosural, son muy comunes en el deporte y causa muy importante de la imposibilidad temporal de practicarlo.

La musculatura isquiosural —bíceps femoral, semitendinoso y semimembranoso—, localizada en la parte posterior del muslo y que actúa como extensor de la cadera y flexores de la rodilla, está involucrada en la estabilización de la parte inferior del cuerpo durante las actividades de carrera y salto. Por ello son las lesiones más frecuentes en los deportes de equipo.

Mayor incidencia en hombres de raza negra

La incidencia de esta lesión se ha visto incrementada en los últimos años, especialmente durante las competiciones. Se estima que representa entre el 8% y el 25 % del total, dependiendo del deporte. Los más afectados son el atletismo, el fútbol sala… y el fútbol; y un elevado número de estudios señala que se produce una mayor incidencia en deportistas de sexo masculino y raza negra.

El músculo más frecuentemente afectado suele ser el bíceps femoral y, concretamente, su porción larga, seguido del semimembranoso y del semitendinoso. En cuanto a los tejidos, el miofascial suele ser el más dañado.

Es una lesión que presenta un alto riesgo de repetirse, sobre todo en las dos primeras semanas tras la reincorporación a la actividad deportiva. Este riesgo se estima en hasta un 13% durante la primera semana, un 8% durante la segunda y llega al 34% durante la temporada.

En relación con el tiempo requerido para la recuperación, lo normal es que las lesiones de localización más proximal requieran mayor tiempo de recuperación, sobre todo si la afectación es en el tejido tendinoso.

Según el músculo implicado, las lesiones del bíceps femoral suelen necesitar mayor tiempo. Por el contrario, las que afectan al tejido miofascial y/o al músculo semitendinoso precisan menos.

Cómo se produce

La lesión aparece generalmente cuando se produce el cambio de una contracción concéntrica a una excéntrica, lo que acontece en lo que se conoce como la “fase de balanceo” de la carrera.

En ese momento, los isquiotibiales se estiran, actuando excéntricamente para desacelerar la cadera, y la rodilla se extiende para establecer el impacto del talón contra el suelo.

Estas situaciones son frecuentes en deportes en los que se realizan sprints, cambios bruscos de ritmo y dirección, y acciones de salto. En ellas, el mayor compromiso se produce sobre el bíceps femoral, motivo por el cual la incidencia de afectación en este es mayor.

Factores de riesgo

Se considera que es una lesión de etiología multifactorial que incluye factores no modificables, tales como la edad, la raza o la existencia de lesiones previas.

Otros factores son la falta de fuerza y flexibilidad , la fatiga, el desequilibrio entre musculatura agonista y antagonista, y el déficit de fuerza y coordinación de la musculatura de tronco y pelvis.

La edad parece ser uno de los factores de riesgo no modificable más destacado. Se ha constatado una incidencia de hasta casi cuatro veces mayor en deportistas por encima de los 23 años, y el riesgo puede incrementarse hasta un 30% con cada año de vida deportiva.

No obstante, el factor de riesgo más importante es la existencia de una lesión anterior en esa misma musculatura. Este factor puede incrementar hasta en seis veces el riesgo de sufrir una recaída a lo largo de la vida deportiva. Los deportistas que han sufrido lesiones severas, con un periodo de recuperación superior a los 18 días, muestran un mayor riesgo de recurrencia.

Asimismo, puede influir el historial previo de lesiones en rodillas, gemelos, cuádriceps y pubis que, de alguna manera, afecten a la biomecánica de la carrera.

A su vez, el factor fuerza ha sido uno de los elementos más analizados. Sin embargo, los resultados de los estudios sobre el déficit de fuerza de la musculatura isquiotibial no han sido tan concluyentes como para poder establecer una correlación significativa con el incremento de las lesiones. En cambio, sí parece tener especial relevancia el desequilibrio entre la fuerza del cuádriceps y la de los isquiotibiales.

Por otro lado, hay estudios que indican que la mayor o menor flexibilidad de los isquiotibiales no predispone de forma significativa a la lesión en esta musculatura, mientras que la de otros grupos musculares, como el cuádriceps y los flexores de cadera, sí podría incidir de manera más relevante.

En cuanto a la fatiga muscular, parece influir mediante elementos relacionados con el sistema nervioso central y periférico, la disminución del contenido de glucógeno en las fibras musculares, alteraciones en los neurotransmisores del sistema nervioso central, etc.

Por último, el incremento de estas lesiones ha sido correlacionado con la presencia de disfunciones a nivel lumbo-pélvico. Entre ellas, cabe citar la limitación de la flexibilidad de los flexores de la cadera y el cuádriceps, el exceso de lordosis lumbar, así como los trastornos degenerativos a nivel del segmento vertebral L5/S1.

En relación con estas disfunciones lumbo-pélvicas, hay que tener en cuenta el denominado “síndrome cruzado”, que consiste en una rigidez de los flexores de la cadera y erectores espinales unida a una inhibición de los glúteos y los abdominales. Esto generaría una inclinación anterior de la pelvis que, junto a la flexión de la cadera y al aumento de la lordosis lumbar, podría producir una predisposición a la lesión.

En todo caso, es muy limitada la evidencia científica sobre si la eliminación de estos factores de riesgo asociados a la biomecánica lumbo-pélvica influye de forma notoria en la prevención de lesiones isquiotibiales.

Diagnóstico, tratamiento y prevención

La sospecha clínica de que pueda haber una lesión de este tipo surge cuando aparece un dolor agudo en la parte posterior del muslo tras la realización de algunos de los gestos antes indicados (esprints, cambios brusco de dirección y/o velocidad, saltos) y que empeora con la palpación, la contracción y el estiramiento.

De manera complementaria, se suelen utilizar pruebas de imagen, como la ecografía y la resonancia magnética nuclear, para determinar la localización y gravedad de la lesión.

El tratamiento de estas lesiones suele ser conservador e incluye medidas tales como reposo funcional relativo, analgesia, crioterapia, compresión muscular, masoterapia, diatermia, trabajo de readaptación con estiramientos sin dolor y movilidad articular, y trabajo de fuerza isométrica, concéntrica y excéntrica.

El manejo quirúrgico queda restringido a los casos en los que hay una afectación tendinosa severa.

Por lo que se refiere a la prevención, se usan muchas estrategias, la mayoría de ellas dirigidas fundamentalmente a corregir los déficits en la flexibilidad y en la fuerza de los músculos isquiotibiales.

Además, se ha podido constatar un efecto protector contra esta lesión cuando se aplican programas que combinan estiramientos y trabajo concéntrico y excéntrico de fuerza, así como en los que se realiza una intervención específica basada en el entrenamiento propioceptivo —es decir, relacionado con la capacidad que tiene nuestro cerebro de saber la posición exacta de todas las partes de nuestro cuerpo en cada momento— y de coordinación.

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