Uno de los retos más importantes al que se enfrentan tanto la cardiología como la medicina del deporte es el de la muerte súbita de deportistas. Las recientes imágenes de Damar Hamlin, jugador de los Buffalo Biills de la Liga de Fútbol Americano (NFL), cayendo fulminado en el terreno de juego tras sufrir un golpe en el tórax, han puesto una vez más de actualidad la trascendencia de este problema.
Si bien la rápida intervención de uno de los entrenadores asistentes, Denny Kellington, iniciando de forma inmediata las maniobras de resucitación, evitó un fatal desenlace, volvieron los recuerdos de otros muchos casos conocidos y que, en su momento, pusieron de manifiesto la necesidad de establecer todos los mecanismos necesarios para la prevención y tratamiento de estos graves incidentes.
Los deportistas, y sobre todo los deportistas de élite, son sujetos a los que se supone el más alto nivel de salud. Por ello, un evento de estas características representa una circunstancia sorprendente, dramática y extremadamente traumática.
La muerte súbita como cuadro clínico no es patrimonio exclusivo de los deportistas, pero en este entorno adquiere una especial relevancia —sobre todo, cuando el afectado es un deportista de élite— por la amplia cobertura y difusión que recibe en los medios de comunicación.
La muerte súbita en el deporte y su incidencia
Se suele definir la muerte súbita en el deporte como la que se produce de forma inesperada, en una persona aparentemente sana, por causa natural, no traumática ni violenta y en un corto período de tiempo; y cuyos síntomas aparecen durante la práctica deportiva o en la hora siguiente.
La incidencia de la muerte súbita en el deporte se estima entre 0,16 y 3,76 casos por cada 100.000 habitantes/año a escala internacional. Estas cifras varían de forma ostensible entre países, debido fundamentalmente a la complejidad que implica el registro completo de los casos.
En nuestro país, la Sociedad Española de Cardiología, en colaboración con el Consejo Superior de Deportes, la Federación Española de Medicina del Deporte y la Sociedad Española de Patología Forense, inició en 2010 el “Estudio Español de Muerte Súbita en Deportistas” con el objetivo de poder determinar el número y las causas de los fallecimientos de este tipo.
Según un estudio publicado en la Revista Española de Cardiología, la incidencia en España se situaría alrededor de 0,38 casos por cada 100.000 habitantes al año; y de éstos, el 96% afectaría a personas que practican el deporte de manera recreativa.
Las personas que lo practican de manera intensa presentan una incidencia de muerte súbita mayor que las no deportistas: 1,6 muertes por cada 100.000 habitantes al año, frente a 0,75 muertes por cada 100.000, respectivamente.
Estas cifras varían en relación con la edad, el sexo, la raza y el deporte practicado. El estudio mencionado anteriormente muestra que el 54% de los casos afectó a varones de entre 35 y 54 años. A su vez, la incidencia anual en atletas de entre 16 y 18 años de edad es de 1/133.000 para varones y 1/769.000 para mujeres; y, en la franja de 23 a 25 años, la incidencia asciende a 1 muerte súbita por cada 33.000 atletas al año.
El ciclismo, el running y el fútbol son los deportes que presentan una incidencia mayor, pues suponen entre los tres el 62,42% de los casos registrados. Por último, el riesgo de muerte súbita cardíaca en hombres es de 5 a 9 veces mayor que en mujeres; y los deportistas de color tienen un riesgo de muerte súbita cardíaca 5 veces mayor que los deportistas blancos.
Causas más frecuentes
Tal y como ocurre con la incidencia, la causa de la muerte súbita en el deporte está condicionada por factores muy diversos (edad, localización geográfica, etc.). En nuestro entorno, el 99% de los casos tienen como causa un problema cardiovascular. La cardiopatía isquémica es el más frecuente (63%) cuando se analizan globalmente todos los grupos de edad, seguida por la miocardiopatía hipertrófica y la displasia arritmogénica.
Por grupos de edad, la principal causa de muerte súbita en mayores de 35 años —con tasas de hasta el 80% y alcanzando el 95% en mayores de 40— es la cardiopatía isquémica asociada a ateroesclerosis coronaria.
En menores de 35 años, las causas más frecuentes son de origen congénito. Destacan entre ellas la miocardiopatía arritmogénica —patología con alta incidencia en estudios realizados en nuestro país e Italia—, seguida de la miocardiopatía hipertrófica, sobre todo en países anglosajones. Otras también destacables son las anomalías coronarias congénitas, la hipertrofia ventricular izquierda idiopática y la estenosis valvular aórtica. Por el contrario, la cardiopatía isquémica está presente en este grupo en un porcentaje mínimo. En todo caso, la mayor incidencia en él se concentra en muertes inexplicadas que ocurren con un corazón estructuralmente normal.
Las diferencias observadas entre los datos de países anglosajones y de países meridionales, como Italia o España, pueden ser debidas al tipo de reconocimiento de aptitud que se realiza para la práctica deportiva y que permite identificar a sujetos con miocardiopatía hipertrófica y retirarlos de la práctica deportiva o, al menos de la de competición. No obstante, hay que tomar también en consideración otros factores de tipo genético y racial.
Recientemente, como consecuencia de la pandemia del COVID, se han difundido informaciones que relacionaban el contagio y/o la vacunación contra esta enfermedad con un incremento sustancial de las cifras de muerte súbita entre deportistas. Sin embargo, se trata básicamente de noticias falsas, pues no hay ningún dato que las corrobore. Lo único que hay que tener en cuenta es que realzar un ejercicio extenuante durante la infección por el COVID o por cualquier otro virus, y la fiebre en curso, puede ser peligroso y siempre debe evitarse.
Síntomas, alertas y medidas preventivas
En la mayoría de los casos, los sujetos que han sufrido una muerte súbita habían sido sometidos a controles médicos durante toda su vida deportiva, sin que se les hubiera detectado ninguna patología cardiovascular previa.
En contadas ocasiones, hubo señales previas que no fueron atendidas, como palpitaciones, arritmia, desvanecimientos o cuadros sincopales asociados con el ejercicio, así como factores de riesgo que no fueron detectados a tiempo por falta de controles.
El elemento fundamental para su prevención es la realización de exámenes médicos pre-participación en los que se incluya una historia personal y familiar sobre sintomatologías asociadas, un examen físico completo y una batería de pruebas diagnósticas complementarias que sean acordes a las características del sujeto y del deporte que practique. Estas deberían incluir, al menos, un electrocardiograma basal, a lo que se pueden sumar, según las necesidades, pruebas más específicas como un ecocardiograma, una ergometría, etc.
Estos exámenes permitirían detectar los sujetos con riesgo cardiovascular alto y excluirles de actividades competitivas y de alta intensidad. En definitiva, todas las personas que practican una actividad deportiva, ya sea a nivel competitivo o de recreo, deben ser conscientes del beneficio potencial que proporcionan estos reconocimientos; y las instituciones, de la necesidad de que estos resulten fácilmente accesibles.