A lo largo de nuestra vida tenemos que enfrentarnos a situaciones de estrés a las que hemos de dar solución. Nuestro cerebro, además de recibir información procedente del entorno y generar las respuestas adecuadas, se comporta como un dispositivo predictivo. No se limita a absorber pasivamente la información, sino que realiza predicciones sobre los tipos de estímulos que, con mayor probabilidad, encontrará en una situación dada.
Por ello, tendemos a buscar patrones y regularidades estadísticas a nuestro alrededor, elaborando predicciones basadas en nuestra experiencia previa y en la socialización. Siempre que podamos construir sobre la experiencia previa, la eficiencia de nuestro cerebro será mucho mayor.
Pero ¿qué ocurre cuando existe mucha incertidumbre y nuestro poder predictivo se ve limitado? La respuesta es sencilla: se produce una situación de incomodidad que nos genera ansiedad.
¿Causalidad o casualidad?
Las personas en las que esta sensación es más acentuada, tendrán mayor propensión a realizar asociaciones y ver patrones o procesos de causalidad en eventos aleatorios. A su vez, esto los llevará a adoptar comportamientos ritualizados para tratar de neutralizar la situación. Se trata de un intento de control compensatorio en el que procuramos solucionar la falta de control en un ámbito buscándolo en otro.
Con independencia de que el resultado de este intento de control sea ilusorio o no, lo importante es que el ritual puede ser un mecanismo eficaz de defensa frente a la angustia y la ansiedad generadas por las situaciones vitales en las que los resultados son inciertos.
Algunos de los ejemplos más notorios de este tipo de situaciones se dan en el ámbito del deporte. La carga de emociones e incertidumbre que la competición deportiva genera en los deportistas, los lleva a adoptar comportamientos ritualizados de muy diferente tipo con el objetivo de reducir la carga de tensión.
Muchos de estos rituales se encuentran en el límite de la superstición, dado que relacionan determinados comportamientos y sucesos, que en muchas ocasiones son fruto del azar, con la obtención de resultados positivos. Con el paso del tiempo, estos comportamientos se perpetúan como un elemento más de su entrenamiento, pues les proporcionan la seguridad y la confianza necesarias para afrontar el acontecimiento correspondiente.
En otros casos, obedecen a convicciones religiosas y relacionan determinadas actividades, como santiguarse, rezar, besar estampas, etc. con la consecución del éxito deportivo.
Como característica general, estos comportamientos son rígidos, repetitivos e inusuales; y son percibidos por la persona que los practica como poseedores o generadores de efectos positivos, sin que realmente exista tal relación de causa y efecto.
Condiciones de una rutina eficaz
Las rutinas normales que adoptan muchos deportistas carecen de la significación especial o supuestamente mágica de los rituales supersticiosos, pero persiguen el objetivo común de regular la tensión generada por la competición. De esta forma, les ayudan a construir un estado emocional previo más apropiado para la realización de las acciones que son necesarias para esa actividad, incrementando su confianza y eliminando las consecuencias negativas de un intento fallido previo.
Existen estudios de campo que han demostrado la eficacia de estos rituales. Han constatado, incluso, que parámetros biológicos medibles, como los niveles de cortisol o las situaciones de estrés, pueden verse reducidos mediante la realización previa de un ritual.
Así pues, los rituales parecen ser tan efectivos para reducir el estrés como algunos de nuestros mejores medicamentos para la ansiedad. No obstante, deben cumplir para ello una serie de condiciones. Concretamente, han de ser:
- Rituales perfectamente estructurados.
- Rígidos en su ejecución: deben realizarse siempre de la manera “correcta”.
- Repetitivos: las mismas acciones tiene que ser realizadas una y otra vez.
- Redundantes: el recurso de utilizarlos debe perdurar mucho en el tiempo.
En busca del orden interior
En definitiva, lo que caracteriza al ritual es que es predecible; y esta previsibilidad genera un orden que nos proporciona una sensación de control sobre situaciones incontrolables.
Todos tenemos en mente los rituales de las grandes estrellas del deporte. Algunos son mucho más complejos que otros y nos pueden llevar a plantearnos dónde está el límite entre la herramienta para controlar el estrés y el trastorno obsesivo compulsivo.
Para analizar la cuestión, hemos de entender que, en la obsesión, una idea queda atrapada en nuestra mente generando ansiedad; e intentamos aliviarla realizando ciertos patrones de conducta.
Cuando estos patrones interfieren en la vida de la persona a cualquier nivel, entrarían dentro del trastorno obsesivo compulsivo. En cambio, la rutina depende de nosotros y la podemos controlar sin que interfiera en la funcionalidad de las actividades que realizamos.
Para poder diferenciar ambos fenómenos, basta con preguntar al deportista cómo se sentiría en el caso de no poder realizar sus rutinas y qué consecuencias cree que podría esto tener para él.
En cualquier caso, los rituales suponen una estrategia efectiva para el manejo del estrés en el deporte y constituyen una forma para que el deportista adapte la situación a la que se enfrenta, con el orden que en su interior considera como óptimo.