El vídeo en el que se despide es corto, pero de una intensidad tremenda. Dentro de una entrevista pactada por los canales oficiales del Liverpool, Jürgen Klopp ha confirmado su marcha a final de temporada. Ni ha dicho adónde irá ni que hará con su carrera, solo que está con la energía por los suelos. «Estoy bien ahora, pero sé que no puedo hacer el trabajo una y otra vez», explica. Por ello, es un día de recordar y agradecer más que de llorar por el final. Para eso habrá tiempo en el futuro. Lo que toca hoy es homenajear al hombre que cambió la historia moderna del Liverpool.
A message to Liverpool supporters from Jürgen Klopp. pic.twitter.com/l7rtmxgOzt
— Liverpool FC (@LFC) January 26, 2024
💖 El Liverpool de la actualidad no se entiende sin Klopp
Me voy a quitar el traje de periodista para este artículo, y me voy a poner la bufanda. Permitidme la confianza. Toda mi familia es del Real Madrid, por lo que el blanco siempre me ha tocado de cerca. Pese a ello, la final de la Champions del 2005 marcó mi vida. Aquella remontada del Liverpool en Estambul pegó fuerte en mi infancia. Fue un auténtico flechazo. Si le sumas la presencia de españoles en el equipo —y los que estaban por llegar—, había un cóctel perfecto para aficionarme a un equipo que estaba a más de 1400 kilómetros de mi casa. Lo malo estaba en que, después de ese subidón en Turquía, llegaron años duros. El club, por mucho pasado glorioso que tuviera, se quedó a las puertas de la desaparición. Sorteó esa bala, y el resbalón de un ídolo como Gerrard fue la confirmación de que había una maldición. Para mí, era sufrir por sufrir. Entonces, llegó Klopp. Todo iba a cambiar.
El primer día dijo que iba a hacer «creyentes» a los que dudasen. A través de una Europa League que se perdió ante el Sevilla lo consiguió. El Liverpool casi gana un título europeo otra vez. Era un sueño. Klopp no tardó en amoldarse a lo que era el club y al peculiar carácter scouser. Se convirtió en uno más. Quizás, guardo más simpatía con él de la que estoy dispuesto a admitir por eso mismo. Ninguno de los dos era de Liverpool, pero sí amábamos esos colores. La pasión que le ponía a todos los encuentros brillaba por encima de sus genialidades tácticas, y eso que no fueron pocas. Ese carisma tan especial invitaba a pensar en que jamás llegaría un día como el de hoy. Si se marchaba, sería para ser presidente de honor de los reds y con la jubilación más que ganaba. Él, tal y como prometió en su primer día, nos hizo creer en lo imposible.
Recuerdo que uno de los días más felices de mi vida fue cuando entré a Anfield por primera vez. Hice el tour y me pude sentar en su banquillo. Esperaba que se me pegase algo suyo, pero tuve que conformarme con que él se colocaba ahí. Fue más que suficiente para mí. Al día siguiente, tras una serie de sucesos rocambolescos que no vienen a cuento, entré al estadio para ver el partido. El Liverpool ganó 2-1 al Burnley con goles de Wijnaldum y Emre Can. Este último fue espectacular, por cierto. Aun así, yo solo tenía ojos para lo que hacía Klopp al otro lado del campo. Sus gestos y su intensidad tenían algo hipnótico. Era imposible no quedarse igual al verle. Como el ‘You’ll Never Walk Alone‘ del inicio, su espectáculo en la banda era digno de vivirse en directo.
Por aquel entonces, no había ganado nada con el Liverpool. Aun así, Klopp me parecía el mejor entrenador que había visto en el club. Por mucho que Shankly y Paisley cimentasen la leyenda de la institución, no me iban a convencer de lo contrario. Lo bueno es que el tiempo me ha dado la razón, y esto es novedad. Ganó la (dichosa) liga tras 30 años de espera, la Champions League 14 años después de Estambul, la FA Cup 16 años más tarde y la EFL Cup una década más tarde. Sus éxitos le pusieron a la altura de lo que imponía su presencia. Klopp era tan bueno en lo suyo que le había provocado el acierto de un semejante bocazas como el que escribe estas líneas.
Hoy, después de casi una década en el banquillo del Liverpool, solo puedo darle las gracias. Y, por qué no, recordar la Champions que ganó en Madrid, mi ciudad. Trabajaba para La Media Inglesa y me pateé la ciudad en ese fin de semana. Usé la excusa del trabajo para hacerlo, pero era por mí. Casi me detiene la policía por intentar colarme al hotel del Liverpool y hacer fotos del autobús. Luego, en el centro de la ciudad, me lo pasé increíble rodeado de parroquianos que rozaban el coma etílico. En la mañana de la gran final, me acerqué al Metropolitano. Una señora, con toda su buena intención, me dijo «Good luck«. Iba con la camiseta y el color de mi piel roza lo fantasmal, por lo que la entiendo. Lo mejor es que su confusión me hizo sentirme un scouser más. Gracias a ella, me sentí como Klopp en el banquillo. Jamás se me olvidará esa sensación de pertenencia. Por ello, nunca me olvidaré de lo que hizo ese alemán tan simpático por el club con el que me puse en una relación a distancia. Allá dónde vaya, solo podré estar agradecido por estos años.