Era inevitable que Kenilworth Road se robase el show cuando el Luton Town subió a la Premier League. Un campo que forma parte de la liga que tiene dinero por castigo y cuya entrada es a través de las típicas casas unifamiliares británicas es más que suficiente para protagonizar mil y un artículos. Que Haaland pueda colar el balón en un porche durante un domingo de Premier League es tremendamente curioso. La cosa es que Kenilworth Road es solo la punta del iceberg de una ciudad con serios problemas sociales. Una localidad que, pese a su cercanía con Londres, vive en esa Inglaterra oscura que vive anclada en la división provocada por Margaret Thatcher. Nunca había significado tanto el contraste entre lo que supone la Premier League y la localidad que acogerá sus partidos.
El milagro del Luton: de las catacumbas del fútbol inglés a la Premier League
💡 El Luton Town, la esperanza de su ciudad
El milagro del Luton Town, convirtiéndose en el primer club en ir de la non-league a la Premier League, es a lo que se aferra una localidad que ha sufrido mucho las consecuencias de la pandemia del COVID-19. Esas casas que rodean el estadio, tan características de Inglaterra, las habitan trabajadores que viven una realidad complicada. El sueldo medio de la localidad (unas 24.000 libras al año) está por debajo de la media nacional, y eso que viven cerca de Londres. Con el encarecimiento de la vida y la pérdida de puestos que supuso el confinamiento, estalló una burbuja de radicalización que llevaba demasiado tiempo creciendo.
Y es que Luton, desde siempre, ha sido una localidad humilde. La fábrica de Vauxhall era lo que mantenía unida a su comunidad, estando mucha parte de la población empleada allí. Con su cierre, se perdió ese nexo de unión entre todos los habitantes. Los barrios de la ciudad comenzaron a pertenecer a las distintas etnias, formando guetos con sus correspondientes burbujas y guerras. Siendo una localidad industrial, tenía más semejanzas con el empobrecido norte tras el thatcherismo que con la cercana Londres. Era el caldo de cultivo perfecto para que se fomentase el odio, aumentando la división que dejó en el país la difunta Primera Ministra.
Todas esas burbujas fruto de un multiculturalismo mal entendido y la inestabilidad económica provocada por las crisis de este siglo XXI dejaron un panorama preocupante. Varios estudios han revelado Luton que es una de las ciudades en las que hay más tendencia hacia movimientos nacionalistas radicales, algo que se ha reflejado en cuanto a la votación del Brexit. Es la muestra perfecta de lo que fueron las políticas de Margaret Thatcher cuatro décadas después. Quizás el país saco rédito (para unos más que para otros), pero dejó una brecha que no ha cicatrizado. Es más, se ha agravado a la hora de afrontar los retos que plantea la actualidad.
💔 Kenilworth Road pudo albergar una tragedia
Luton no solo es ejemplo de las consecuencias del thatcherismo en lo social. En lo futbolístico, el Luton Town acabó aislado por las políticas de David Evans, presidente del club en los 80 y conservador que funcionaba como un juguete en las manos de Thatcher. En 1985, un Luton Town-Milwall de FA Cup fue el primer aviso de un problema que se había ido de las manos y que iba a llegar más lejos. Como no podía ser de otra manera, detrás estaban los hooligans. Estos grupos que ensuciaban el nombre de todo aquel que asistía el campo eran uno de los «enemigos interiores» a los que se refería la Primera Ministra, demonizando a todo un deporte y su gente. Todo hay que decirlo: la violencia vivida en esa tarde invitaba a tomar medidas.
La reputación de los aficionados más radicales del Milwall les precede, y aquel día fueron a Luton a pasar el día. Se sabía que iba a haber un clima hostil en Kenilworth para aquel partido, pero ni la policía ni el club estaban preparados. Los hooligans del Milwall asaltaron el estadio antes del encuentro, estando allí también radicales de otros clubes rivales. La violencia era máxima, teniendo que suspenderse un partido que ganó el Luton Town antes de su final. Aunque, realmente, la única victoria a celebrar era la ausencia de víctimas mortales. Los hooligans tiraron butacas, bolas de billar y botellas al campo, tratando de asaltar el terreno de juego continuamente. Las imágenes corrieron como la espuma, provocando que la imagen de Inglaterra quedase en entredicho. Poco después, sucedió la tragedia de Heysel, dejando a los equipos ingleses fuera de competiciones europeas durante un lustro. Thatcher no podía consentir esta escalada de violencia.
Lo hizo, como no, señalando a un único enemigo y proponiendo pocas soluciones de cara a mejorar el fútbol en el medio plazo. El ya mencionado David Evans obligó a que los aficionados del Luton Town asistiesen al campo identificados, así como que prohibió la entrada de visitantes. Los hatters se transformaron en los parias del fútbol inglés para el resto de aficiones, siendo los primeros que hicieron pagar a justos por pecadores. No hubo, eso sí, ningún plan por mejorar las condiciones de unos campos anticuados. Solo se señaló a ese «enemigo interior» del thatcherismo, dándole armas a la policía para tratar al aficionado como al ganado. No había división entre hooligans y un padre que iba al campo con sus hijos. Todos eran potenciales delincuentes. Y, como no, la cosa solo pudo ir a peor. En 1989, en Hillsborough, murieron 97 aficionados del Liverpool causa de una negligencia policial en un estadio con una infraestructura desfasada. La Premier League nacería poco después, apoyándose en esto para limpiar el fútbol inglés (y que los clubes se llenasen los bolsillos de paso).
🔜 La Premier League, ¿motor económico para el futuro?
El Luton Town es la cara de su ciudad, y su ciudad es uno de los ejemplos de esa Inglaterra que no se ve por los focos de Londres. Si ellos han conseguido atravesar todo el barro de las divisiones inferiores para llegar a la Premier League, hay razones para ser optimista con la localidad. Costará mucho salir de ese pozo de odio y malas decisiones fruto de las consecuencias del thatcherismo, pero pueden apoyarse en ese ejemplo de progreso. Ver a Haaland, de Bruyne y compañía en Kenilworth Road será un choque que, con suerte, ayudará a visibilizar esa Inglaterra oscura. Aquella que, durante demasiado, ha sido hogar de una sociedad imperfecta y que da lugar a la más absoluta radicalización. Quizás, el balón que cuele Virgil van Dijk en un porche tras un despeje, cambie algo más que el cristal roto de una ventana. O, visto lo visto, no mejore nada. Así pasó tras Thatcher, y no parece que vaya a cambiar pronto.