No ha habido un sonido más anhelado en París a lo largo de estas dos últimas semanas. Nada más lejos de lo que una mente retorcida se pueda pensar; hablamos de un sonido mundialmente conocido, especialmente para aquellos que están cerca del deporte olímpico. Una campana. Has leído bien: una campana. Desde tiempos inmemoriales, este antiguo instrumento ha servido como mensajero de noticias relevantes, además de un símbolo muy vinculado al cristianismo. Sin embargo, en estos Juegos Olímpicos de París 2024, la campana ha acompañado a los atletas en su camino a la gloria. Ubicada en el imponente Stade de France, este objeto dorado se ha erigido como un símbolo de victoria, ya que solo los ganadores tienen el derecho a tocarla. Te contamos qué se esconde tras el simbolismo de su ritual.
🔔 Solo los elegidos pueden tocar la campana
Tony Estanguet, jefe del comité organizador de París 2024, describió el rito de la campana como una oportunidad para conectar a los deportistas y al público y de reforzar la importancia de los logros conseguidos en el marco de los Juegos. “Es un honor reservado únicamente para los medallistas de oro”, explicó Estanguet a la prensa, para subrayar el valor simbólico de este gesto.
La campana no es solo un artefacto temporal, puesto que su destino final será la catedral de Notre-Dame, cuya reconstrucción, después del devastador incendio de 2019, está prevista para concluir en diciembre de este año. La campana, que fue fabricada en Normandía por la histórica fundición Cornille Havard, se unirá a las otras diez campanas que ya residen en la icónica catedral, cuyas piezas pesan entre dos y tres toneladas. Este nuevo integrante del conjunto campanario de la famosísima Catedral de Notre-Dame llevará grabados los aros y el emblema de París 2024, donde quedará inmortalizado el espíritu de estos Juegos en la estructura renovada de uno de los símbolos más reconocidos de la ciudad.
Hasta el domingo, que concluyó la ceremonia de clausura, la campana adornó el tartán violeta del legendario Stade de France, un recinto que a su vez ha sido testigo de algunos de los eventos más importantes de Francia desde su inauguración para la Copa Mundial de Fútbol de 1998. Su presencia ha capturado la atención tanto de atletas como de espectadores. “No importa cuán ruidosa sea la multitud, la gente oirá la campana”, dijo Carl Lewis, el célebre velocista estadounidense, que tuvo el honor de probar la campana al inicio del evento.
Antes de que los atletas de pista y campo se adueñaran del estadio, la campana ya había comenzado a forjar su leyenda en el torneo de rugby, celebrado durante los primeros días de los Juegos. De hecho, al inicio de las competiciones, los medallistas, independientemente del color de su presea, podían acercarse a la campana para celebrar su victoria y consolidar su logro con un gesto simbólico.
El atletismo, sin embargo, fue el deporte que consolidó la tradición. Noah Lyles, que se coronó como el hombre más rápido del mundo con un tiempo de 9,79 segundos en los 100 metros, fue uno de los primeros en tocar la campana en señal de su triunfo. De manera similar, Julien Alfred, la velocista que aseguró la primera medalla olímpica para Santa Lucía, también dejó su huella al hacer sonar la campana en un ritual que se reproduciría incesantemente, también con Letsile Tebogo, después de que el botusano ganase los 200 metros.
Con los Juegos finalizados y la rutina reiniciándose en París, muchos de los espacios transformados para la competición empiezan a recuperar su apariencia habitual. Las instalaciones deportivas ya son vestigios de un suceso que volvió a situar a Francia en el centro del escenario mundial. Pero la campana olímpica, colgada finalmente en Notre-Dame, seguirá siendo un recordatorio de los atletas que se alzaron con el oro en París 2024.