Entre unas cosas y otras, a Carlos Sainz le acababan de operar de apendicitis. Mientras que cualquiera va con el freno de mano echado, él se presentó en Melborune con una misión: ganar el Gran Premio de Australia. Ni su propia escudería, esa que va a prescindir de él de cara a la siguiente temporada, le veía capaz de poder con Verstappen. Para sorpresa de todos —menos del propio Sainz, obviamente—, lo consiguió. Seguido de Charles Leclerc y su amigo Lando Norris, nubló el dominio de Red Bull en una mañana que supuso la 35º vez en la que sonó el himno de España en la Fórmula 1.
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Quizás, para añadirle más épica, faltó un duelo mano a mano contra Max Verstappen. Visto que es casi imposible ganarle, hubiese sido la guinda, pero el neerlandés no pudo terminar la carrera. Su coche le falló por primera vez desde Monza en el 2022. Aun así, es innegable el tremendo trabajo de Sainz. Tenía todo en contra y terminó con todo a favor. Para el recuerdo ya queda esa foto en el podio, con Leclerc como segundo y el español como primero. Ferrari eligió al monegasco, algo que cuesta justificarlo con el rendimiento de ambos. De cara a 2025, prefirieron echar al que actualmente es su mejor piloto para dar entrada a un Lewis Hamilton que ya ha dejado atrás sus mejores años.
Sea como fuere, Australia es un golpe sobre la mesa. Si en Ferrari no quieren a Sainz, no le faltarán ofertas por su nivel. Él ha sido el único capaz de romper el dominio de Red Bull, y ya es la segunda vez que lo consigue. Pelear el Mundial está lejos, pero es ilusionante ver como un piloto se rebela contra el orden establecido. Su dominio en Albert Park deja un grandísimo sabor de boca a los aficionados al Gran Circo. A Sainz le dio igual el posoperatorio, lo que pasa en su propia escudería o el dominio de sus rivales. En Melbourne fue el mejor, y no hay mejor prueba que el orgullo que desprendía su padre cuando le miraba en lo alto del podio.
La otra cara de la moneda la protagonizó Fernando Alonso. Quedó sexto en un principio, puesto meritorio y trabajado. Sumado a lo de Sainz, era una mañana para celebrar la buena salud del motor en España. Entonces, apareció Toto Wolff. Alonso desquició a los Mercedes durante la carrera, y llamaron para reclamar un supuesto bake test ante Russell. Le cayeron 20 segundos por algo que es difícil de demostrar a simple vista, lo que ha copado la polémica de la mañana. Esa sanción le hizo bajar hasta el 8º puesto, algo que no hace justicia a lo que consiguió el ’14’ en la otra punta del mundo. Al menos, como Sainz, demostró de lo que es capaz. No todo podía ser perfecto, pero es innegable que el GP de Australia deja un magnífico sabor de boca. Y esto, con los tiempos que corren, es algo digno de celebrar.