El big four existió. La historia encumbrará a tres tenistas —Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic— por encima del resto, pero Andy Murray merece ser incluido en ese selecto grupo. Porque el británico fue más Dios que humano cuando el físico se lo permitió. No presumirá de muchos Grand Slam —solo ha ganado tres hasta la fecha—, pero ha superado la decena de Masters 1000 y se ha colgado el oro en dos Juegos Olímpicos. El escocés ha sido un ser superior condenado a compartir generación con los tres mosqueteros.
😞 Una carrera a la sombra
No es el único. Otros, como David Ferrer, han dicho adiós con un palmarés indigno para su talento. Andy Murray pudo dominar una época y terminó por vivir a la sombra, con ocho finales perdidas de Grand Slam.
El británico fue un talento precoz. En verano de 2004 —con 17 años— no estaba entre los 500 mejores del circuito. Solo tres cursos después asaltó el top ten. De pronto, Andy Murray opositó a todo. En su juego, dos aspectos le permitían marcar la diferencia: un revés prodigioso y un contraataque que pillaba por sorpresa a sus rivales. En 2011 había añadido a sus vitrinas ocho Master 1000. Sin embargo, las dudas se ceñían sobre él. Le faltaba dar ese salto que ahora se le exige a Tsitsipas. Su historia y la del tenis cambiarían radicalmente en 2012.
2️⃣ De segundón al trono
Toda carrera tiene un punto de inflexión. La de Murray tuvo dos. Y el escenario siempre fue el mismo: Londres. El escocés obtuvo el oro en su país, como abanderado y tras tumbar por el camino a Djokovic y Federer. Todo un portazo a las críticas. Y una forma de mitigar su frustración. Solo un año después repitió en el All England Club tras conquistar Wimbledon, su primer major, y convertirse en el primer tenista local en perpetuar esa hazaña desde Fred Perry en 1936.
En total, el palmarés de Murray luce con dos oros olímpicos —Londres (2012) y Río de Janeiro (2016), tres Gran Slam —US Open (2012) y Wimbledon (2013 y 2016), catorce Masters 1000 y una Copa de Maestros. Más de 700 triunfos en el circuito, con 46 trofeos. Y la gloria de haber ascendido al trono en 2016 durante 41 semanas consecutivas. Por aquel entonces Murray dejó de ser un segundón para ejercer su tiranía. Se erigió en un muro, con un servicio reforzado, y una derecha más consistente. Nadie desarbolaba su juego. Por fin era un Dios. Hasta que las dichosas lesiones se toparon en su camino.
🚑 Las dichosas lesiones
De ser nombrado Sir por la corona británica a mirar de frente a la desgracia. En 2017 Andy Murray pasó del todo a la nada. Perdió el número uno, se lesionó del codo y empezaron las molestias en la cadera. Un año después se sometía a su primera cirugía y no aparecía entre los cien mejores del circuito 13 años después.
El escocés ha sido, es y será ejemplo. Porque mientras otros arrojan la toalla, su generación ha persistido en la lucha. En su caso, mental y física. Murray se sometió en 2019 a su segunda operación de cadera y se planteó su retirada. Su pasión por el tenis le llevó al extremo, a lidiar con el dolor día tras día sin encontrar la recompensa en la pista. Cerró 2020 con siete partidos ATP —tres victorias y cuatro derrotas—.
🐈 Murray, más vidas que un gato
La trayectoria profesional del británico es un fiel reflejo de lo que esboza sobre la pista. Siempre correoso, infatigable, negado a dar una bola por perdida. Esa es la actitud que adoptó para dar la espalda a los problemas e insistir en su lucha por recuperar su mejor nivel, pese a que a sus 35 años no tiene la necesidad.
Tras un 2021 también complicado, en 2022 Murray encontró destellos de aquel que fue. 26 victorias y 19 derrotas, pero la sensación de que puede competir. Del puesto 150 de la ATP, a rozar el top 50. Es consciente, y así lo ha afirmado, de que otra lesión le obligaría a retirarse. De momento, él no vislumbra esa posibilidad. Andy Murray, como un gato, tiene siete vidas. Y quiere apurar la última para regalarse así mismo, y al aficionado, otro momento especial. Mirar de tú a tú una vez más a Djokovic o Nadal sería la mejor de las despedidas.