Dembélé y Kroos durante el Real Madrid-Barcelona.
OpiniónSupercopa de España

Real Revés del Madrid

El Real Madrid de Ancelotti ha tenido, a lo largo de las últimas dos temporadas, una relación particular con el caos. Ni lo ha sufrido ni lo ha controlado; simplemente, ha vivido con él. Los blancos han coexistido con un acompañante invisible, como quien se sienta al lado en el metro; una máxima insalvable, como que alguien se sentará al lado en el metro. Ahora bien, si algo ha caracterizado a los jerarcas merengues cuando el torbellino de la locura amenazaba arrasar con todo es su capacidad para lidiar con el caos. Para aceptarlo, sin provocarlo previamente ni renegar de él como elemento transformador.

Pero en Arabia, durante la final de la Supercopa de España, a Ancelotti le salió todo al revés. Los blancos no pudieron aferrarse a su aura de tranquilidad en ningún pasaje del encuentro. Carlo, siempre limitado en la ausencia de cualquiera de las piezas que dan forma a su estructura titular, como en este caso Tchouaméni, se vio obligado a hacer aquello que menos le gusta: tomar decisiones. Porque ‘Carletto’ no inventa; él solo se encarga de que los que tienen que inventar, inventen. Pero Benzema, Modrić y Courtois no siempre pueden resolver los problemas… más cuando tienen origen en su propio banquillo.

Si atendemos a la elección de las piezas que saltaron al Rey Fahd y a las reacciones del equipo blanco a lo largo de los diferentes momentos de la final, podemos concluir que el Real Madrid escribió su partido a la inversa. Empezó torcido y lo terminó más. Esperó cuando debió presionar y salió a correr (o lo intentó) cuando sus cambios le instaban al raciocinio. Camavinga, agente del caos por excelencia, estuvo escondido en la trinchera al principio y desapareció cuando empezó el fuego.

Empecemos por el principio. La ausencia de pivote obligó al técnico italiano a reconfigurar por completo el esqueleto merengue, que a su vez fue perdiendo vértebras con cada recepción de Pedri y cada estocada de Gavi. Kroos repitió en la zona del mediocentro, lo que tiene un doble efecto adjunto: supone minimizar enormemente al centrocampista alemán y asumir al mismo tiempo que su sustituto en el interior izquierdo será, en el mejor de los casos, una versión reducida de Toni. Hablamos del mejor de los casos porque, como saben, el izquierdo es el sector fuerte del Real Madrid, donde juega un tipo tan anárquico como Vinícius y otro tan imprevisible como Mendy. Por lo que la elección de un perfil tipo Camavinga, diagnosticado dependiente de desorden y adicto a los espacios de improvisación, para ocupar esa posición tan importante junto a ese rol tan específico, repleto de situaciones de alta demanda cognitiva para decodificar y/o adelantarse a patrones del juego o decisiones imposibles, hacía saltar las alarmas.

Así, en términos generales, puede concluirse que el habitual lado fuerte blanco fue débil, porque no salió con la premisa de presionar, pero tampoco pudo aguantar en campo propio, producir algún robo en repliegue, ni esquivar la presión de un Barcelona al que, en contraposición, Xavi sí preparó para resolver en todos los escenarios previstos, con tres centrales (Christensen, Koundé y Araújo), cuatro centrocampistas (un cuadrado formado por dos pivotes, De Jong y Busquets, y dos interiores, Pedri y Gavi) y dos jugadores haciendo el campo ancho (Balde y Dembélé) en 1-3-4-3.

El Real Madrid no quería quedarse desnudo, probada la ineficacia absoluta de sus intentos presión en innumerables ocasiones, más ante un rival con el sistema, la superioridad y el pie para sacar provecho. Decidido: iban a replegarse y esperarían cerca de la frontal del área de Courtois. ¿El problema? El estado y estadio de las piezas. Con Modrić, solucionaproblemas habitual, en la reserva, Fede muy abajo y muy abierto, obligado a perseguir a Balde sobre la cal, y Kroos como mediocentro, los merengues estaban expuestos entre cada altura y cada pieza. Especialmente, por su lado izquierdo, el fuer… débil. Allí, Xavi ubicó a Pedri, su mejor receptor entre líneas, y a Dembélé, su mejor regateador.

Con Mendy imposibilitado a saltar —fijado por Ousmane— y hacer las veces de triple defensor, Vinícius completamente desconectado cuando el balón no estaba en posesión merengue —y fue poco y mal—, Rüdiger en un viaje astral con y sin balón y Camavinga incapaz de descifrar el juego, el Barça trituró al Madrid sacudiéndose las penas recientes en una vendetta sin piedad. Sin oposición para plantarse en la medular y desde ahí circular de un lado a otro a la espera de que las líneas blancas se desdibujaran, Pedri se puso las botas al costado de Kroos (espalda de Camavinga). Y Gavi, a la espalda de Carvajal.

«De peores ha salido el Madrid», podría pensar usted. Y estaría en lo cierto, ya que ni mucho menos sería la primera vez que los madrileños escapan vivos de un contexto de absoluta inferioridad como el que Xavi planteó para ahogar a Ancelotti… con la diferencia de que el Real tampoco pudo acceder a sus vías de escape habituales. Esto es; tampoco pudo respirar con la pelota y nivelar el desequilibrio táctico desde la tenencia. Romper el ritmo, tomar aire, hilar pases y rebotar al crecido bloque culé de vuelta a las inmediaciones de Ter Stegen.

Sin ninguna solución en largo que amenazara con penalizar la altura de la línea defensiva del Barcelona, el Madrid acudió a lo de siempre, su única jugada de salida infalible. Aquella que implica a Benzema en un descenso infinito, cargado de marcas a sus espaldas, que edifica una línea de pase inexistente y permite escalar a los suyos. Xavi, como es lógico, lo contempló de antemano. Emparejó a sus centrocampistas nominalmente, para que ninguno de los rivales pudiera girarse, liberó a los pasadores de primera línea, pues no brillan en el juego raso, y enjauló a Karim en una maraña de persecuciones (Koundé) y emparejamientos barbilla-nuca. Con Valverde eliminado de la ecuación y Vinícius-Camavinga en una dimensión paralela, el Madrid o salía por Benzema, o no salía

… y no salió.

Así perdió el partido Ancelotti, antes de corroborarlo definitivamente en la segunda mitad. Desesperados, con Modrić ya entonces sí en izquierda, donde hubiese armonizado el juego en el primer tramo de haber ocupado esa zona, y con Rodrygo como extremo en derecha —ergo con Fede de vuelta al centro—, lo que hubiese doblado la presencia interior del Madrid y ofrecido alternativas a Benzema, a los blancos ya les daba todo igual. Se inmoló. No tenían otra que saltarse cualquiera de los patrones que pudieran implementar los cambios y lanzarse a presionar casi al hombre en un acto suicida. Sin Camavinga, claro, su centrocampista más apto cuando, recuerden, se desata el caos. Fundidos, sin plan, tratando de remontar una ventaja insalvable, en la pizarra y en el marcador. Perdiendo y perdidos. El Real del Revés.

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