DallE 2
Opinión

El arcoíris de Griezmann

Cuando (me) hago peinados raros o colores (en el pelo) es porque soy feliz. Luego se ve en el campo. Estoy disfrutando muchísimo”. Así simplificó Antoine años de estudio de la psicología cromática, que destripa los entresijos del color como influencia en la conducta humana. A la par, entrelazó umbilicalmente el plano emocional con la gestión de los valores inherentes al ejercicio de ser uno de los mejores futbolistas del planeta a lo largo de la última década.

Para explicar al Griezmann de enero de 2023, ese que luce cabellera rosa tono chicle Boomer entre sonrisa, pared, pase filtrado, otro picado, taconcito y latigazo a la escuadra, debemos ponernos en una tesitura colorista. Porque Griezmann ahora ve la vida y el fútbol como a través de un caleidoscopio, pero hace no tanto, a pesar de sus 31 años, era un niño aislado, retraído y desubicado respecto al mundo que le esperaba más allá de su imaginación, ese que no dudó en enfrentar con la valentía que solo tiene el que cree conocer y no conoce.

En pleno estallido pandémico (2019), mientras la sociedad mutaba a gris incertidumbre, también iniciaba la regresión de Antoine. Al mismo tiempo que ventanas de colegios y habitaciones se llenaban de dibujos de arcoíris, el francés se consumía bajo la sombra de Messi y el ahogo del Barcelona. La creatividad, el encanto, la ambición, el entusiasmo y la lucidez que conformaban el arcoíris de Griezmann se habían apagado. En sentido simbólico, literal e incluso cabelludo.

Como el mantra que acompañó a esos mensajes coloristas durante tantos meses («Todo saldrá bien»), Antoine debió repetirse la proclama optimista hasta interiorizarla por completo y, de dibujos en folios, pasó a sumergirse en una piscina de acuarelas. Dejó atrás el asfixiante azulgrana y empezó a proyectar su catarsis en rojiblanco. Asumió que ya no era quien había sido, ni tampoco sería nunca quien quería ser. Ni astro, ni Balón de Oro. Ni en la mesa de unos, ni en la de otros: solo un tipo feliz. El hastío le recordó dónde está su sitio y cuáles son las bases sobre las que se cimenta su fútbol. Y su persona.

Superada la primera etapa de la metamorfosis, ya como un adolescente, vivaz, emocionado y entusiasta, se adentró en el estudio. Del color y del juego. Aunque de vuelta a casa el repunte cromático no era sencillo. Surge entre maleza y la negrura propias del declive de todo futbolista en la etapa final de su carrera; del trauma heredado en sus experiencias recientes, por las que su juego, su estatus y su naturaleza se pudrieron; y de un tono apatía que por momentos parecía aplacar cualquier atisbo de esperanza en el Atlético. El Griezmann más tocado buscó cobijo en el ‘Atleti’ más hundido.

Hincó codos y empolló de Gauguin o los fauvistas. De Monet entendió el color, el suyo propio, como una llama encededora; un motor de combustión que salpica de felicidad y energía su alrededor. Asumió de Van Gogh el contraste y la importancia de la complementariedad: tu efecto también depende de quién te rodeas. En el encaje está el equilibrio. Seguramente, de Matisse, que los revisó a todos, Antoine incorporó su última lectura, aquella puso en marcha en Catar, en su catarse, que vuelca lo aprendido en los lienzos sobre el césped, donde los espacios no son más que una mera restricción. El color emerge como un elemento de ruptura del juego, la acción y las formas de pensamiento tradicionales.

Griezmann rompió entonces en colorista, con un arcoíris en la cabeza (y en el pelo). Embarcado en la misión única de recuperar de la mediocridad y pintar un equipo en armonía donde solo había ruinas. Como una mancha de color que se extiende lentamente, ‘Grizi’ abandonó su condición de atacante o goleador para plegarse como defensor, fluir como conector y organizar como una inteligencia superior. Sin zonas, roles, funciones o encargos. Cedió peso y ganó poso.

Ahora, Griezmann está en paz. Con todas las respuestas en su cabeza y todas las soluciones en sus pies. Como DallE —no confundir con Dalí—, una inteligencia artificial capaz de procesar y replicar, con tino exacto, robótico y creativo a la vez, lo que sea que los que preguntan puedan imaginar… como la imagen superior. Su conocimiento e inspiración alcanzan a descifrar, primero, e iluminar, después, los rincones de oscuridad que esconden los planes de Simeone, como antes hizo con Deschamps y Mbappé.

El arcoíris de Antoine vuelve a brillar.

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