Mbappé PSG
Opinión

Kylian Mbappé contra el cronómetro

Volvía la Champions League. El mejor regalo de San Valentín está en la conclusión de ese break infernal, agónico, incluso con Mundial de por medio, que ayuna a los amantes (y matrimonios) del fútbol de su bocado favorito. La velada se presentaba inmejorable. El omnipotente Bayern, el primer día de Leo Messi con la skin de campeón del Mundo, el otro primer día de Mbappé desposeído, furioso y lesionado, una vez completo el traspaso de poderes. La noche lo tenía todo. En París, ni más ni menos. Cosquilleo. Mariposas. «Die Meister, die Besten, les grandes équipeeeeeeees, the champions».

Pocos golpes de efecto sobre la mesa podía dar el negocio del fútbol contra los alzamientos superligueros, en boga y actualidad, de más peso que la función de primer nivel que PSG y Bayern prometían ofrecer. Nada más lejos de la realidad, pues no miento si digo que al revisar mi TimeLine de Twitter a la finalización del duelo me encontré con cierto sentimiento de decepción y desánimo. Hay quien se aburrió. Y tal vez tengan su parte de razón, oye. Este nuestro amado juego se rige por unas lógicas férreas, sustentadas en base a millones de pequeños microprocesos, mínimos, relevantes e irrelevantes al mismo tiempo, interconectados entre sí, que elevan su complejidad e impredecibilidad hasta el más allá. En este punto entra en escena Kylian Mbappé Lottin.

Supongo que consciente de la escasa cuota de espectacularidad que estaba ofreciendo el duelo y concienciado en su papel de nuevo Mesías, salvador del ocio y acaparador de la atención, Mbappé decidió volver a reventar las dinámicas internas que hacen del fútbol lo que es (para muchos, un show lento, tedioso o monótono) y disfrazarlo de una disciplina más contemporánea, agitada y susceptible a cambiar en cualquier instante, sin cuidar los pasos previos para plantarse directamente en las instancias finales.

Por si un doblete en apenas un minuto (tras 80 de descanso) para forzar la prórroga en la final de la Copa del Mundo fuera motivo insuficiente para no subestimar el impacto que puede causar este tipo en cuestión de milésimas, ayer frente al equipo de Múnich Mbappé saltó al Parque de los Príncipes sujeto a otras reglas, pero sin nadie pendiente de contenerle. Introdujo componentes ajenos al duelo que se desarrollaba hasta el momento y aplicó lógicas impropias del deporte que practica. Con un suave aroma al atletismo de velocidad, Kylian salió a competir contra el reloj; a mejorar su plusmarca personal y a batir a la luz. Con un matiz baloncestístico NBAdiense, intentó demostrar que él juega a posesiones. Que uno, dos o tres minutos pueden alargarse tanto como pueda carburar y que, hasta que no suene la bocina, puede rascar puntos de cada segundo que el cronómetro está en marcha.

Antes, lo que ocurrió hasta que Kylian salió del banquillo. El Bayern dominó y empujó a su alemana manera. Superior cuantitativamente en la salida y cualitativamente frente a la pareja Messi-Neymar, sin aparente motivación por recuperar la pelota, los bávaros se instalaron en la mitad parisina y pasaron allí los primeros 45 minutos. Al segundero de Kimmich, no encontraron conflicto para controlar los tempos; sí para encontrar a Sané y Musiala en su zona.

Mbappé.

Mbappé.

El armado bloque de Galtier, encabezado por un inmortal Sergio Ramos, se compactó dentro y se centró en negar toda recepción interior. Así, con el caudal alemán discurriendo por las bandas, Coman volvió a reivindicarse ante el PSG, su figura ante el mundo, pues suena menos de lo que debería, y su rol ante la crítica. Un elemento que puede pecar de linealidad en según que planos y que, por la misma regla, es proporcionalmente diferencial en su desempeño. Retador incansable, obediente, amplio, profundo, con un primer paso casi imparable y una obsesión con la línea de fondo. Machacó a Achraf Hakimi sin piedad por la izquierda y ganó el partido cuando se movió a la derecha.

Galtier sucumbió en el descanso, rearmó a su equipo y trató de salvar al lateral marroquí, para de paso reforzar el área, a la espera de alumbrar a Kylian o de que Verratti y Messi consiguieran dar algún respiro a los suyos, en vista de la inoperancia de un Neymar desolado. No fue así, pues Nagelsmann actuó en consecuencia y Kingsley viajó hasta la otra orilla. Todavía en plena partida de ajedrez, el Bayern logró filtrar por dentro, sacar a Sergio Ramos de posición y, ya sí, centrar ante una línea desprovista, desordenada y caótica. Coman, ya no centrador, sino rematador, no perdonó, aunque sí pidió perdón. Infravalorado él e infravalorada la especificidad de su rol.

El Bayern hizo casi todo para ganar el partido, menos lo más importante: tomar la suficiente distancia como para que Mbappé no pudiera remontarlo. Craso error. Para eliminar a Kylian tienes que sorprenderle. Y el técnico de los muniqueses, lejos de maniatar al ‘7’ del París, cayó víctima de su temor. Se presupone que, alertado por el sprint de la final del Mundial y en guardia por su incontestable capacidad de devastación, Nagelsmann debió prever la sucesión de acontecimientos. Pero el impacto de Mbappé se expande lejos de los parámetros medibles y el condicionamiento que provoca va más allá de lo puramente manifestado en el marco táctico. No se puede jugar ante Kylian sin un plan anti-Kylian. Si bien salió con vida, por milímetros, el Bayern pudo pagar las consecuencias de obviar a Mbappé. «Total, por cinco minutos». Cuando el león sale de la jaula, lo cambia todo. Los aterra a todos.

El Bayern, avisado queda. Al PSG, en cambio, solo le queda la vuelta. Pero tiene a Mbappé, al que le queda toooooooda la vuelta.

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