Considero obligado realizar una reflexión que me parece necesaria y conveniente, a modo de declaración de intenciones y de posicionamiento intelectual, en un ámbito que requiere planteamientos serios con fundamento y rigor jurídicos.
Por supuesto, en cualquier reflexión siempre hay ideología, y los análisis jurídicos no son excepción. Sin embargo, cuando la ideología se antepone al mínimo rigor que es exigible en ellos, el resultado resulta ridículo.
En efecto, hace el ridículo quien solo transmite ideología bajo una apariencia de análisis jurídico de la realidad; más aún lo hace cuando el peso de esa carga ideológica es proporcional a la remuneración que recibe para transmitir dicha ideología. Quienes antaño podían tener prestigio y rigor, hoy pueden derivar en simples charlatanes de feria, imbuidos por la ideología del que paga la comunicación, si así se comportan.
Estoy convencida de que me disculparán los lectores si estas reflexiones tienen un contenido sarcástico y, lo reconozco, dirigido esencialmente a los introducidos en la materia.
Me refiero a los análisis jurídicos transmitidos en la “hoja parroquial” del iuspublicismo deportivo, donde el párroco y la superiora repiten obedientemente lo que Fray GueTelas, cual Monseñor encargado del dicasterio de la fe, ordena y financia con el dinero recaudado mediante la diezma obligatoria de todos los feligreses de la misma orden. Unos feligreses que, imbuidos por la fe ciega en los postulados de Monseñor, los consideran como el único camino para conseguir la divina gracia de poder seguir estando sentados en ese reino de los cielos deportivo que él gestiona y administra a su antojo.
En esta religión, solo sus funcionarios (es decir, los elegidos como puros, los únicos imbuidos de la sabiduría y de la independencia, siempre, claro está, en el marco de las administraciones públicas) tienen la capacidad para resolver de manera eficiente los problemas de los feligreses; solo ellos tienen la pureza suficiente para resolver de manera justa los problemas de la sociedad. Según ellos, la capacidad del individuo para auto-organizarse y para generar sus propias normas y sus mecanismos de resolución de conflictos no solo está castrada, sino que debería estar prohibida.
Es más, están convencidos de que las personas y las organizaciones de personas en el ámbito civil (cuando están fuera del manto de la divina redentora-administración pública) tienen una tendencia innata a hacer el mal, a ser corruptos, autoritarios y déspotas. Una decadencia social que solo puede ser corregida y adecuadamente encauzada por los sumos sacerdotes agrupados en torno a los poderes públicos, como única garantía de funcionamiento de la sociedad. En suma, asumen que todo lo que no sea supervisado, controlado, tutelado y dirigido por el poder público es desastre y anarquía.
Esta religión de filo sectario, que recuerda poderosamente a algunos de los postulados sociales comunistas de Mao o Stalin, está siendo por fin superada, porque los feligreses han dicho basta.
Por ello, seamos todos bienvenidos al nuevo reino de la libertad, de la democracia y donde la creencia en el hombre bueno por naturaleza se impone a esa teoría de que el hombre es malo por naturaleza en las organizaciones deportivas, mensaje que predica el párroco elegido para servir a Monseñor. Un reino en el que las organizaciones modernas y maduras no necesitan de sumos sacerdotes que se consideran a sí mismos los únicos puros y castos (siempre que reciban el dinero de la diezma, claro) para decidir aquello que consideran justo y adecuado para el futuro de los demás.
Por suerte, la edad precolombina hace decenios que acabó y la ideología liberal en el deporte se está imponiendo a la ideología sectaria y filocomunista, con el fin de situar el deporte español en los estándares organizativos y jurídicos que son propios de todos los países plenamente democráticos de nuestro entorno. De esta forma, dejaremos de estar inmersos en la peor de las dictaduras iuspublicistas deportivas existente en el mundo. Viva la libertad… también en el deporte.