A veces, da la impresión de que, si dejamos aparte las noticias sobre el desarrollo de las competiciones, que son lógicamente el grueso de la información deportiva, las secciones y medios de comunicación especializados en fútbol parecen un remedo de Financial Times o Wall Street Journal: los temas económicos pasan a primer término con mucha más insistencia que años atrás.
El coste o el valor de los fichajes —no son lo mismo— ocupan el primer lugar del escaparate informativo, por supuesto; pero le siguen cada vez más de cerca los artículos y comentarios sobre la entrada de oligarcas, jeques y millonarios en la propiedad de los clubes europeos y sobre sus notables consecuencias.
El ruido causado por esta irrupción y la semejanza —en ocasiones, solo aparente— de algunos de sus principales efectos sobre la marcha de los clubes y de las respectivas competiciones conducen frecuentemente a que pensemos que se trata siempre de lo mismo: gente con mucho dinero, más bien advenedizos, que perturban el aura un “si es no es” romántica que aún perdura en el deporte más importante del mundo.
Gente que hace negocio a costa de los clubes
Sin embargo, las consecuencias de su aparente capricho por comprar clubes de fútbol no son las mismas.
Piense el lector en los casos de los Glazer en el Manchester United o de Peter Lim en el Valencia, por ejemplo. En los dos, se trata principalmente de millonarios que quieren hacer negocio con el fútbol: compran el club endeudando al propio club; hacen caja con fichajes, derechos televisivos y otros ingresos; no invierten lo ganado en el propio club o en el equipo, sino que se lo quedan para otras actividades; dejan que se deterioren sus infraestructuras y su patrimonio; y, tarde o temprano, terminan o terminarán por tratar de venderlo (obteniendo, además, importantes plusvalías, pues apenas pusieron nada de su propio dinero para comprarlo).
Vale, el proceso es más sofisticado y complejo. No obstante, en trazos gruesos viene a ser así y se fundamenta en una vulnerabilidad muy acusada que presenta actualmente la “industria del futbol”.
Por un lado, permite hacer caja u obtener dinero a muy corto plazo (venta de entradas, patrocinios, derechos televisivos, venta de camisetas y otros productos de marketing, etc.), amén de facilitar lucrativos negocios relacionados directa (construcción de instalaciones deportivas) o indirectamente (aprovechar las relaciones institucionales, políticas o empresariales así generadas) con el hecho de ser propietario de un club.
Por otro, la financiación y buena parte de los costes de tales actividades pueden ser aplazadas “ad calendas grecas”, a modo de la típica “patá p’alante” que tanto se practica en rugby, gracias al generoso aplazamiento de las amortizaciones, los complejos “flecos” de los fichajes, las “palancas” financieras, las deudas a muy largo plazo, el uso de los activos materiales del club como avales, la titulización de ingresos futuros y otros variados recursos de “·creatividad financiera” (y observe el lector que se tiene la elegancia de citar solo instrumentos legales, sin aludir a operaciones mucho más oscuras…)
El balance es claro: los ingresos se reciben a corto plazo y me llegan a mí; la financiación y sus costes se devuelven (si se devuelven) a largo plazo y ya se renegociarán con los bancos, o los pagarán los propietarios futuros, o los accionistas minoritarios, o las instituciones que no querrán asumir el coste social o político de que el club —si es muy popular— desaparezca por quiebra patrimonial…
Por cierto, que en este desolador paisaje no faltan asuntos, como el fracaso reiterado y casi ridículo del “fair play” financiero de la UEFA, o el acuerdo de LaLiga con el fondo de inversión CVC para que, a cambio de un préstamo, los clubes le entreguen entre el 8% y el 11% de sus derechos televisivos y se endeuden… ¡durante 50 años!, que revelan que frecuentemete los remedios son mucho peores que las enfermedades.
Jeques y oligarcas
Caso diferente al de Glazer, Lim y demás negociantes —no necesariamente mejor, pero diferente— es el de los oligarcas (término que normalmente es un mero eufemismo de “oligarcas rusos”).
Como ha explicado recientemente Tom Keatinge, director del Centro de Delitos Financieros y Estudios de Seguridad (CFCS), en una interesante entrevista sobre las sanciones a Rusia, “los oligarcas son conocidos como las billeteras de Putin, porque son los guardianes de parte de su dinero” (o del dinero que él ayuda a generar). Tienen la necesidad de sacar ese dinero de Rusia y aplicarlo a fines legales ¿Por qué no comprar un club de fútbol?
Parecería al respecto que —prescindiendo de un aspecto que, en realidad, es esencial y no precisamente desdeñable, como es el origen del dinero invertido—, sería un caso no muy distinto al de los jeques árabes: básicamente, comprar por capricho.
¿Seguro? La narrativa al uso cuenta que estos invierten en clubes de fútbol europeos, amén de por capricho, porque les sobra el dinero y sus países quieren conseguir una legitimidad y respetabilidad internacional que se ve muy perjudicada por el fundamentalismo religioso y falta de respeto a los derechos humanos que se achaca a sus respectivos regímenes políticos. Todo esto es muy probablemente cierto. Sin embargo, puede que también lo sea que en este “puzzle” falta una pieza que, llevados de un congénito complejo de superioridad, los europeos no solemos conceder a los árabes: racionalidad económica.
Puede que los jeques árabes inviertan en clubes europeos por todo lo antes dicho (capricho, afán de notoriedad, búsqueda de legitimidad…), pero quizá inviertan también por una lógica económica: el capital no puede permanecer quieto, tiene que invertirse y reinvertirse constantemente y, a veces —si tienes la seguridad de que tu fuente de ingresos es poco menos que inagotable, como le ocurre a los jeques árabes—, da igual que sea en proyectos, negocios o infraestructuras cuya rentabilidad a corto plazo sea más bien dudosa. Hay que mover constantemente el capital como sea. Si no se mueve, llegan las crisis (en realidad, las crisis son el recurso en última instancia para que el capital pueda volver a moverse).
Por ello, quizá sea económicamente más racional la actitud de Hassim bin Hamad al-Thani, presidente del Banco Islámico de Qatar (que no duda en tirar de cheque contra sus inacabables recursos propios para tratar de comprar el Manchester United, incluso muy por encima del valor real del club), que la del empresario Jim Ratcliffe, la segunda persona más rica del Reino Unido, que urde para ello una compleja trama financiera al uso y replica que “nadie sabe cuál es el valor real de un cuadro” cuando trata de justificar que acepta pagar un precio muy superior a del valor de mercado de lo que compra ¿Cuál de los dos es el más caprichoso?
Inversiones en clubes muy diferentes
Mostremos una pieza más del “puzzle” para enjuiciar todo este embrollo con más atención.
Los que quieren hacer negocio con el fútbol (Glazer, Lim) se lanzan con dinero ajeno hacia clubes consolidados, populares e históricos (Manchester United, Valencia…) para endeudarlos, reducir su competitividad, hacer caja, disminuir su patrimonio y dejarlos con estadios deteriorados, entre otros daños y perjuicios.
Los jeques se lanzan con dinero propio hacia clubes económicamente más asequibles y de menor nivel competitivo (Manchester City, Paris Saint-Germain, Newcastle…) para tratar de situarlos en lo más alto de sus competiciones, lo que les facilita objetivamente la posibilidad de mayores ingresos futuros.
Pregunte el lector a los ciudadanos de Newcastle cuál de las dos situaciones prefieren. Viven en una ciudad que espera con ilusión el inicio de una nueva etapa de crecimiento (que falta le hace) aupada en que el equipo, gracias a la inversión hecha en 2021 por el Fondo Soberano Saudí para hacerse con el 80% del club, jugará el año que viene la Champions League. Cuando los árabes llegaron, el equipo estaba en puestos de descenso (19º); hace unos días, terminaron el torneo en cuarta posición.
No se pretende sugerir, con todo lo anterior, que en esa maraña de multimillonarios haya buenos o malos. Pero sí que conviene analizar los casos con cuidado, porque, como dijeron brillantemente los de Martes y Trece hace años, “son igual, pero no son lo mismo”.