Carlos Alcaraz sigue ampliando su legado en el polvo de ladrillo. El murciano se coronó este domingo en Montecarlo tras imponerse a Lorenzo Musetti en tres sets (3-6, 6-1 y 6-0), reafirmando que la tierra es su territorio natural. Con esta victoria, suma ya 17 triunfos en sus últimos 18 partidos sobre esta superficie y alza su segundo título de la temporada, igualando a Félix Auger-Aliassime y Alex de Miñaur tanto en trofeos como en partidos ganados (20) en lo que va de año.
El de El Palmar añade así su decimoctavo título como profesional y el sexto de categoría Masters 1000, un hito que no alcanzaba desde Indian Wells 2024, hace más de un año. En Montecarlo, Alcaraz se une al selecto club de tenistas españoles que han triunfado en el principado: Manolo Orantes, Sergi Bruguera, Carlos Moyá, Juan Carlos Ferrero y, por supuesto, Rafael Nadal, once veces campeón.
La final, adelantada tres horas por amenaza de lluvia, arrancó con condiciones complicadas: una pista pesada, humedad y una bola difícil de mover. Musetti, residente en Mónaco y con el público de su parte, aprovechó los titubeos iniciales de Alcaraz, especialmente al servicio, para llevarse el primer set. El italiano, que llegaba con un desgaste evidente tras haber disputado un partido más y casi cuatro horas más en pista durante el torneo, arrancó con fuerza, pero se fue diluyendo.
A Alcaraz le tocó remontar una vez más esta semana —ya lo había hecho ante Cerúndolo y Fils—, y lo hizo con autoridad. Ajustó su derecha, minimizó errores y pasó por encima de un Musetti que acabó físicamente desbordado. El español encadenó un 5-0 de salida en el segundo parcial y cerró el tercero con un rotundo 6-0, el decimosexto ‘rosco’ que endosa en su carrera.
Con el triunfo en Montecarlo, Carlitos apunta ahora al Conde de Godó, donde debuta este martes frente a un jugador procedente de la fase previa. Su objetivo: firmar el doblete Montecarlo-Barcelona en una misma semana, algo que solo Nadal ha logrado en este siglo, la última vez en 2018.
Alcaraz no solo gana, convence. Y cada paso suyo en la arcilla parece conducirlo a un lugar reservado para los más grandes.