Uno de los fenómenos más llamativos, aunque no inexplicables, del arranque del Mundial de Catar fue la cosecha aparentemente imparable de penaltis pitados.
Tras las dos primeras jornadas de la fase de grupos, es decir, después de solo 16 partidos, el número de penaltis decretados era ya superior al que se había registrado en todos los partidos de nueve de los diez primeros Mundiales.
Por supuesto, esto es quizá irse muy lejos. Sin embargo, si nos venimos más cerca, el contraste sigue siendo notable: en los cuatro primeros Mundiales del presente siglo (Corea/Japón, Alemania, Sudáfrica y Brasil), la media de penaltis pitados fue de uno cada cuatro partidos, sin grandes variaciones entre unos Mundiales y otros.
Pero, ¿y en el quinto Mundial celebrado en el siglo XXI, esto es, en Rusia 2018? En efecto, ahí la cosa cambió radicalmente. Se pitaron 29 penaltis, es decir, casi uno por cada dos partidos. Fue un récord histórico y de lejos: en ninguno de los Mundiales celebrados desde el de Uruguay de 1930 se habían llegado a pitar ni 20 penaltis; y solo en dos, México 1986 e Italia 1990, la media se aproximó a una pena máxima cada tres partidos.
¿Alguna explicación para tal contraste? Puede haber varias, desde luego, pero existe una que parece incuestionable. Hay un factor que diferencia radicalmente el Mundial de Rusia 2018 de los 20 precedentes: fue el primero en el que se hizo uso del VAR.
Por añadidura, en Catar 2022, segundo Mundial consecutivo con VAR, este factor explicativo resultaba aún más claro: la media tras las primeras dos jornadas ya superaba ligeramente la de Rusia, pues era de algo más de un penalti cada dos partidos (si es que se pudiera pitar “un penalti y pico” en una jugada, claro está).
Una misteriosa “desaparición”
Y, sin embargo, como en el Tenorio, después “fuese y no hubo nada”. En los 44 partidos siguientes a la segunda jornada de grupos, se han pitado solo 10 penaltis más, regresando así milagrosamente a la media histórica de una pena máxima por cada cuatro encuentros.
Es verdad que, aun así, Catar es en estos momentos, cuando todavía quedan por jugarse cuatro partidos en el momento de publicar estas líneas, el tercer Mundial de la historia con más penaltis por término medio, pues solo le superarían Italia 1990 y Rusia 2018. Uno sin VAR y otro con él. Pero ¿es comprensible que entre los primeros 16 partidos y los 44 siguientes de este Mundial parezca que el número de penaltis se ha volatilizado como por ensalmo, “sufriendo” una espectacular caída del 56%?
Por descontado, siguiendo con topicazos, el fútbol no es precisamente una ciencia exacta. Puede que, a medida que avanzan las eliminatorias, la tendencia de los equipos a jugar de manera cada vez más conservadora, para no correr el riesgo de tener que hacer el equipaje de vuelta a casa, haga que sus jugadores frecuenten menos las áreas. Puede que, una vez que han visto la facilidad con la que el VAR ha animado en las primeras jornadas la señalización del “punto fatídico”, los defensas tengan más cuidado a la hora de hacer entradas en zonas peligrosas…
En fin, estas y otras explicaciones que pueden buscarse (que el lector elabore las suyas; seguro que son mejores) parecen mejor intencionadas que convincentes. Lo cual nos lleva a meter en escena un factor algo más plausible: un cambio en el criterio arbitral.
¿Un cambio de criterio arbitral?
Por supuesto, si esto fuera cierto, habría que ir “partido a partido” y ver “jugada a jugada” para determinar si es que en los 16 primeros partidos los árbitros pitaban penaltis con excesiva alegría, aupados por la cámara lenta del VAR; o es que, en los 44 siguientes, el VAR y ellos mismos han mirado para otro lado cuando se ha producido alguna jugada dudosa.
A riesgo de caer en el error, parece mucho más probable lo primero que lo segundo. Ante todo, porque vienen a la cabeza algunas penas máximas decretadas en esos 16 primeros partidos (las concedidas por caídas de Lewandowski, Paredes o Cristiano, sin ir más lejos) que, en fin, bueno, vaya… Para continuar, porque, aunque los habrá habido, no saltan tan claramente a la memoria penaltis no pitados en los 44 partidos siguientes; o, al menos, no en jugadas tan clamorosas.
Y, para terminar, porque igual que, según se ha dicho, la FIFA ha “aconsejado” a los árbitros que eviten las expulsiones, en la medida de lo posible, para que la ausencia de jugadores por tal motivo en los siguientes partidos no comprometa el espectáculo, es imaginable que, vista la peligrosa tendencia que se registraba en las primeras jornadas, pudiera haberse emitido después un “consejo” orientado a no pitar “penaltitos”.
A título de ejemplo de ambos riesgos, imagine el lector qué habría sido del Mundial si entre las 19 cartulinas mostradas por Mateu Lahoz en el Argentina-Países Bajos, un tal Messi no se hubiera llevado una amarilla, sino dos. O qué hubiera pasado en el Croacia-Brasil si este partido no hubiera acabado en empate por culpa de que se hubiera pitado un “penaltito”…