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🚩 Sala VAR

El hombre que profetizó la creación del VAR

Mencionemos solo lo más reciente. En la segunda jornada de la Champions League, el árbitro italiano Daniele Orsato —uno de los colegiados más injustamente sobrevalorados del continente— anuló un gol al Sevilla, tras exclusiva intervención del VAR, porque el balón posiblemente tocó la primera falange del dedo meñique de una mano que el sevillista Pedraza llevaba pegada al cuerpo.

Después, pitó un penalti (nuevamente, mediante intervención del VAR) por una jugada entre Sergio Ramos y Tillman en la que no queda nada claro si hay un infinitesimal contacto físico entre ambos, sea atómico o cuántico, o el jugador del PSV se desvanece bruscamente.

La gran mayoría de los aficionados prefiere que haya VAR

En paralelo, el colegiado francés Clément Turpin pitó un penalti contra el Real Madrid y en favor del Nápoles (otra vez, merced a la exclusiva intervención del VAR) que sesudos exégetas han justificado con la aparente sandez de que Nacho “se hace grande” de manera antinatural al separar las manos de su cuerpo o situarlas por encima de su cabeza, y por eso le rebota el balón en una de ellas.

Sin embargo, lo que dice la norma al respecto es que “se considera que un jugador ha agrandado su cuerpo de forma antinatural cuando la posición de su mano/brazo no es consecuencia del movimiento corporal del jugador para esa situación específica”. Y, por más que se revise la jugada, resulta del todo imposible sostener que la mano/brazo de Nacho no está donde está más que como consecuencia de su movimiento corporal para esa situación específica.

Hace nada menos que 30 años

En suma, ocurre todas las jornadas y todas las semanas: el VAR, esa innovación tecnológica que debía acabar con este tipo de polémicas, termina más bien por ampliarlas.

Pero esto se veía venir. Por lo menos, lo vio venir quien profetizó la llegada del VAR. Lo cual tiene mucho mérito. Para empezar, porque lo hizo en 1990, es decir, más de veinte años antes de que esta herramienta se utilizara de manera experimental en la Eredivisie holandesa; y casi treinta años antes de que se inaugurara simultáneamente con todas sus consecuencias en la Premier League y en la Bundesliga.

Este profeta fue un argentino, Roberto Fontanarrosa, el mejor escritor latinoamericano —con permiso del uruguayo Eduardo Galeano— que ha escrito narraciones cortas sobre fútbol.

Lo desarrolló en un cuento titulado “La columna tecnológica. Fútbol y Ciencia” incluido en El mayor de mis defectos, uno de sus diversos libros de relatos. En él, mezclando brillantemente a partes iguales la ucronía y la ironía, pretende que en 1988 —es decir, dos años antes de publicar el cuento— se puso en marcha en tierras germanas un costoso sistema para reducir “en forma sensible los disturbios en los campos de juego”.

La AUP, antecedente del VAR

Por supuesto, aunque en esencia vienen a ser lo mismo, el costoso sistema descrito por Fontanarrosa tiene diferencias formales con el VAR, faltaría más.

Desde luego, no se llama VAR, sino A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven). Tampoco es una sala pequeña con algunas pantallas de televisión, sino una gigantesca torre tubular de cemento, ubicada a cien metros del estadio y con 75 metros de altura, bajo la cual “una intrincada maraña de cables, sensores electrónicos, filamentos inalámbricos y terminales computadorizadas” la une con el recinto de juego.

Tampoco es un mero apoyo a los tres colegiados de campo, sino el sitio en el que estos se ubican para dirigir el partido mediante las imágenes que les proporcionan 127 pantallas de televisión y un botón con el que emitir el ruido de un silbato cada vez que tienen que intervenir en el juego.

Cuando hay protestas, pueden desplegar dos gigantescas pantallas en el campo para mostrar las jugadas controvertidas y demostrar a los asistentes de lo acertado de las decisiones adoptadas. Ah, y hasta tiene “ojo de halcón”.

La AUP, antecedente del VAR

No se decepcione el lector por esta aparente operación de spoiling. Lo importante del cuento de Fontanarrosa, como en casi todos los suyos, no es lo que narra, sino cómo lo narra. Nada de lo anteriormente descrito reduce el placer de leer este relato.

Eso sí —y este es otro gran mérito de Fontanarrosa—, el escritor rosarino admite (y profetiza) que el sistema no acabará del todo con las polémicas, porque, “en algunos casos, muy puntuales, el poder de decisión quedará en manos del clásico y consabido criterio personal del árbitro. Allí, como siempre la falibilidad humana seguirá alimentando el intercambio de opiniones”.

Cita al respecto dos casos emblemáticos: la aplicación de la “ley de la ventaja” y (seguro que usted lo había adivinado) las manos, porque “la misma incógnita deberá enfrentar el colegiado cuando deba determinar, sin respaldo científico alguno, cuándo una ‘mano’ dentro del área, es intencional o casual, ya que no hay todavía, por fortuna, computadora alguna que esté conectada con el cerebro mismo de los futbolistas”.

Lo que ya es más difícil es que el lector pueda aventurar, a pesar de su incuestionable inteligencia, cómo se terminan “resolviendo” las fuertes polémicas que, a pesar de su avanzada tecnología, el A.U.P.  no logra evitar.

Sin embargo, aquí no es tolerable que le hagamos spoiling. Es mejor que el lector lo lea… Si se atreve.

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