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✍️​ Opinión

El ‘Dieguenazo’: la fiesta del error arbitral en la Premier

Prometí que lo iba a hacer en cuanto se presentase la oportunidad, porque el arbitraje inglés nunca defrauda. Pues bien, hoy es el día. Durante el Tottenham 2-1 Liverpool sucedió uno de los grandes escándalos arbitrales de los últimos años cuando se anuló un gol legal de Luis Díaz que hubiese cambiado el devenir del partido. Posiblemente, este sea el mayor error que ha registrado el VAR desde que llegó al fútbol. El suceso dio lugar a una guerra de comunicados cruzados en la Premier League que invita a reflexionar sobre el rumbo que ha tomado el fútbol. O, al menos, es lo que debería derivar de este fallo si queremos avanzar. Vamos con este Dieguenazo arbitral.

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Tengo bastantes amigos dentro del colectivo arbitral. He ido a verles varias veces al campo, y soy capaz de empatizar con su labor. Decidan lo que decidan (generalmente, acertado, que para algo se saben el reglamento), siempre van a recibir insultos. Si están ahí no es por dinero. Para llegar a las grandes ligas debes atravesar ese barro, y ahí solamente se sobrevive con mucha pasión. Por ello, entiendo que puedan fallar. No es fácil per se, y menos aún con un estadio entero listo para cuestionar cualquier decisión que se tome. Que no existan fallos en el arbitraje es algo utópico, por mucho que sea el horizonte al que se debería aspirar. Forma parte del fútbol, así como del deporte. Esto no quita, claro, que haya que analizar a fondo lo que ha pasado en la última jornada de Premier League.

Para aquel que no vio la jugada: con el marcador aun sin estrenarse, Luis Díaz recibió un balón al hueco y definió en el mano a mano. La jugada, si bien es ajustada, es clara en la repetición: no hay posición antirreglamentaria. Teniendo en cuenta que el fuera de juego es una de las pocas reglas que no dan pie a la interpretación en el fútbol (se está o no se está), la acción y su posterior resolución es especialmente flagrante. Por lo que se cuenta, la decisión se tomó desde el VAR, ya que en el campo daba la sensación de que había sido gol. Esta teoría tiene sus fallas, pero sí es cierto que en directo era dudoso. Por tanto, era una jugada que requería de un chequeo rápido por parte de la sala VOR. Sin saber como se tiraban las líneas en directo, se demostró que fue un terrible error humano. La Premier League estaba en el ojo del huracán.

Klopp, como el resto de jugadores, clamaron al cielo tras el partido. Estaban especialmente enfadados por el gol, claro, pero también estaban frustrados por las dos expulsiones que sufrieron durante el partido. Hay que comprender que se sintieran atracados, aunque las rojas son poco discutibles. Entonces comenzó la insulsa guerra de comunicados: la PGMOL (Junta de Oficiales de Partidos Profesionales por sus siglas en inglés) se disculpó de inmediato con el Liverpool y los reds ahora amenazan con escalar el conflicto para obtener algún tipo de compensación en la Premier. Esto, sumado a la mala salud del arbitraje inglés, tiene un peligro evidente: más que formar una conversación para mejorar, puede acabar siendo un enfrentamiento envuelto en presiones y conspiraciones.

El VAR, que llegó para mejorarlo todo, ha tenido EL fallo que precisamente venía a evitar. Por ello, toca que los implicados se sienten para tener un diálogo constructivo sobre cómo hacer mejor el producto que ofrecen. La Premier League sabe que situaciones tan polémicas y estridentes como esta afectan a su imagen, por lo que no estaría de más una respuesta conjunta. La PGMOL, por su parte, debería analizar seriamente lo que se trate en esa utópica reunión e, incluso, tratar de escalarlo a la FIFA. La única forma de mejorar el arbitraje es fallar, pues así se sabe dónde y cómo mejorar. Por ello, toca elevar un ejercicio de comprensión. Asumir ese error forma parte del juego, pero lo que no cabe en ninguna cabeza es asumir que pueda volver a repetirse. La pelota está en el tejado de la Premier League; y el resto de ligas no harían mal en anotar las conclusiones a las que lleguen. Mejorar el juego es una responsabilidad global. Quien no forma parte de la conversación, es cómplice. Y ese sería un error intolerable.

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