El Real Madrid, tras una temporada de ensueño, en la que todo salió rodado a pedir de boca, perdió en el momento crucial, el único partido que podría emborronar el resto de curso. El Madrid, vigente campeón, perdió ante Panathinaikos la final de Euroliga (80-95) en Berlín. La duodécima copa de Europa de los blancos, que buscaban revalidar el título, perecieron, primero de forma dolorosa, después de manera fulgurante, contra Ataman, villano de villanos, al frente de un resurgido proyecto griego en el que Kostas Sloukas, Kendrick Nunn y Mathias Lessort se impusieron a la nómina de estrellas y leyendas dirigidas por Chus Mateo.
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Panathinaikos culmina una serie de catastróficas desdichas
Sonaba demasiado perfecto para ser cierto. La culminación a una temporada cuasi perfecta, la segunda Euroliga consecutiva, ante Ataman, en Berlín, para despedir a Rudy Fernández, quién sabe si a Llull y al ‘Chacho’, para convencer a Mario Hezonja, a ‘Edy’ Tavares y a Vincent Poirier, para arrebatar a Panathinaikos la posibilidad de soñar y levantar un imperio, para asentar un dominio que tres finales consecutivas confirman. A mayores, empezaron de la mejor manera posible. Con el amuleto Eli Ndiaye, titular, pero todavía residual en los planes de Mateo, on fire: 8 puntos sin fallo, 2 triples consecutivos. El Madrid rompió todos los registros al cerrar el primer cuarto con 36 puntos. La noche apuntaba a ser histórica… por eso, la caída dolió más.
Desde el mismo momento en el que los merengues tocaron el techo, la cosa empezó a torcerse. Ataman, como ese final boss, al que nunca puedes dar por superado, corrigió. El acierto del Madrid se esfumó. La distancia se redujo drásticamente. La final pasó entonces al plano físico, donde los árbitros favoritos de Dimitris Giannakopoulos, presidente del equipo griego, perdieron los estribos. No es casualidad que sus protestas y sus habituales quejas hayan tenido una reacción cuanto menos, sospechosa, a la par que exponencialmente beneficiosa para los intereses de los ateneos. Revisen las teorías conspiranoicas —o no tanto— que circulan por Twitter y saquen sus propias conclusiones.
En una y otra dirección, el partido pasó a ser un sinsentido. El pabellón berlinés era griego y el Madrid, un tronco a la deriva. Perdido en batallas, agotado, sin rumbo ni aliento, tampoco auxilio de ningún tipo desde el banquillo. Las cosas siempre le salen a Chus, pero cuando no le salen, más vale que le salgan a sus jugadores. Hoy no bastó con la magia del Chacho o Musa, la épica de Llull o el talento de Mario, Campazzo o Yabusele. El Madrid se ahogaba mientras Sloukas, poseído por los poderes de Space Jam, lo metía todo. Se quedó en 24 puntos, una de las mayores anotaciones de la historia de las finales de Euroliga.
Panathinaikos es el nuevo Campeón de Euroliga 🏆🍀
Sloukas levanta al cielo de Berlín el séptimo entorchado europeo del club griego.#Eurofighters pic.twitter.com/kWfT2j00cJ
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Si la cifra parece contundente, más lo fueron los momentos que eligió Sloukas para anotar. Cada vez que el Madrid amenazaba con hacer un Madrid, Kostas anestesiaba. Triples lejanos, jugadas solo propias del MVP del partido que terminó en su saca… incontestable. Los blancos pasaron del cuarto con más puntos de siempre a sufrir para anotar 7 míseros puntos en el tercer periodo. ¿Cómo se podía haber podido complicar tanto? ¿Tenía que ser justo ahora? Cuando quisieron hacerse estas preguntas, la distancia era insalvable. Llull lo intentó —el Madrid se puso a 2 puntos a falta de 4 minutos… solo durante unos segundos— y Chus recurrió a su zona, aquella que tantas alegrías le dio cuando más difícil parecía. Pero el colapso era general; y el estado del equipo, crítico.
La séptima Euroliga de Panathinaikos, —la tercera de Ataman en cuatro años, la segunda que le gana al Real Madrid, después de chafar a los blancos en 2022 con Anadolu Efes— con Ataman como genio malvado, necesario en cualquier buena historia que se precie, llegó antes que la 12ª del Madrid. Juancho reía, también Vildoza, que, al contrario que ocurría en el proyecto blanco, donde ¿todas? las piezas encajaban a lo largo de la temporada, se quedaron muy por debajo de las expectativas que había despertado sus respectivas llegadas… excepto hoy. Salieron para apuntillar. También Mitroglou, secundarios de lujo en la fiesta de Sloukas, Lessort y Nunn.
Podríamos concluir hablando de historias inconclusas y de la imparcialidad del deporte, que de nada entiende y a nadie respeta, menos de justicia o leyendas. No lo leerán aquí. Porque sí, el Madrid, en la última página del libro dorado que ha sido su temporada 2023/2024, se vino abajo. Lo hizo de la misma forma que el año pasado, en este mismo escenario, un tiro imposible de Llull les hizo campeones. Seguro que tienen en mente la jugaba, la mandarina, el globo inacabable sobre Fall. ¿Recuerdan que pasó después? A Olympiacos le quedó una posesión. ¿Saben quién asumió la responsabilidad y lanzó el tiro decisivo, sobre la bocina, que podía llevar a los suyos, —hoy diríamos a los otros— al olimpo? Efectivamente: Kostas Sloukas.