Desde que Zverev pronosticó que Rafael Nadal anunciaría su retirada tras Roland Garros, los periodistas han hecho hincapié en esa cuestión. El español, hastiado, lo ha negado hasta la saciedad. Pero esa posibilidad existe. Es real. Y no depende de él… sino de su físico. El mismo que le ha convertido en rey y vasallo tantas veces a lo largo de su excelsa trayectoria.
Frente a McDonald tocó la de cal. El ganador de 22 Grand Slam firmó un primer acto para el olvido. Nada preocupante con su historial de épicas remontadas. Fue bien entrado el segundo set, en la búsqueda de una bola, cuando torció su gesto. Lo que ocurrió después ha sucedido muchas veces —unas cuantas en este mismo escenario—: llamada al fisioterapeuta, problemas para golpear de revés… y derrota. En este caso no hubo retirada, en palabras de Nadal, porque “era el defensor de la corona”.
Quiso completar el encuentro, consciente de sus limitaciones: “Lo que he hecho es intentar seguir sin hacerme más daño”. Con toda esta cautela, lógicamente, McDonald le pasó por encima de forma cómoda —4-6, 4-6 y 5-7—. Tras abandonar la Rod Laver Arena, Nadal deslizó una frase que hace referencia a su límite, aquel al que nunca ha mirado de frente, pero que está al llegar: “A nivel deportivo el vaso se va llenando y puede haber un momento que el agua salga por fuera».
El problema de Rafa no es perder casi 2.000 puntos o salir del top 5, consecuencias inmediatas de su derrota. La frustración proviene del interrogante de la lesión, pues ha sufrido contratiempos en seis de los últimos nueve majors que ha disputado. La molestia es en la cadera, donde en los últimos días había notado algo, aunque no tan drástico como ante el estadounidense. Y, más allá del tiempo que tenga que apartarse de la competición, el español está destrozado anímicamente, porque supone iniciar otro proceso largo para alcanzar un nivel sobresaliente.
Siempre que Nadal retornó tras un parón lo hizo con el único objetivo de engordar su vitrina. No para deambular por el circuito sin más. Eso siempre ha requerido de una preparación exhaustiva. El pasado año logró la proeza, con un 2022 donde superó la veintena de triunfos consecutivos y firmó dos Grand Slam. Pero a sus casi 37 años, cada vez le cuesta más repetir estas gestas.
Sin ir más lejos, su baja por paternidad le impidió cuajar un tramo final de temporada con garantías. Salió fuera de las ATP Finals a las primeras de cambio. Y en este inicio de 2023 —por tercera vez en su carrera arrancó con dos derrotas— tampoco encontró el ritmo. Nadal llegó a Melbourne con dudas, en busca de su mejor nivel. Y no solo no las ha disipado, sino que ahora afloran muchas otras en su cabeza.
Toca despejarlas. Lo hará, porque Nadal siempre lo ha hecho. Y porque tiene una intención: ganarle el pulso de la historia a Djokovic. Zverev se precipitó en su predicción. El español no contempla retirarse este curso. El problema es que se trata de una decisión que no tomará él, sino su cuerpo. Y puede ser repentina, inesperada, y dejar un shock tan traumático como el adiós de Federer. El límite de Rafa está cerca, pero no sabemos cuál es, ni cuándo llegará.