Para Novak Djokovic competir en Melbourne es como vivir en un oasis. Ganar es más una rutina —27 victorias consecutivas en el Abierto de Australia— que un objetivo. El serbio, ajeno a los problemas de sus rivales, está más cerca de su 22º Grand Slam. Este domingo (09:30) hará frente a su último escollo, Stéfanos Tsitsipas —con el número uno en juego—, después de desarbolar (7-5, 6-1 y 6-2) a Tommy Paul en poco más de dos horas.
El estadounidense no fue la víctima propicia que presagió ‘Nole’ en su cabeza antes del envite. Todo fue rápido (5-1) hasta que a Djokovic le entraron las dudas, igual que frente a Dimitrov. Con gestos de dolor —mantuvo el vendaje en su muslo izquierdo— su tenis mermó. Incluido el servicio, que fue más un lastre que una solución. Los errores afloraron y Paul se lo creyó (5-5). Pero el serbio despertó de su apacible siesta para establecer de nuevo el orden (7-5).
El inicio de la segunda manga discurrió similar, entre lo que pudo haber sido y lo que fue. Paul tuvo opciones al resto, pero cuando pestañeó el tenista de Belgrado dominaba (5-0) antes de cumplirse la hora y media de partido. Quiso cerrar pronto (6-1) para evitar líos. Después, solo contemporizó. Con una superioridad apabullante, eligió cómo y cuándo asestar cada golpe a su oponente, hasta llevarle a la frustración —y la derrota— con un último set también contundente (6-2).
Previo al envite de Djokovic, Tsitsipas hizo los deberes. El griego acabó con las aspiraciones de Khachanov (7-6, 6-4, 6-7 y 6-3) para alcanzar su segunda final de Grand Slam. La primera la perdió precisamente ante ‘Nole’ —Roland Garros 2021—. En esta ocasión Stéfanos se presenta renovado, con un tenis más maduro. Sabe que es su momento. Con una generación fuerte por detrás —Alcaraz, Rune, Sinner, Aliassime…— no sabe cuántas veces más podrá presentarse en la final de un major, por mucho que los dos integrantes que restan del big three cedan el testigo.
El problema es que Djokovic afronta una segunda juventud. El calvario que vivió tras su negativa a vacunarse contra la COVID-19 le ha hecho regresar con más ímpetu que nunca. El serbio no pierde un partido desde principios de noviembre —frente a Rune en la final del Masters 1000 de París—.
Todo registro favorece a Djokovic. Desde su idilio con el Abierto de Australia —ha ganado las nueve finales que ha disputado— hasta el H2H con Tsitsipas (10-2). El elevado nivel del griego debería ser un nubarrón en en el paisaje idílico del serbio. En cambio, la sensación es otra.
Djokovic camina sobrado, ajeno a todo, en su oasis. Casi sin darse cuenta, sin forzar más de la cuenta, tiene en sus manos su décimo Abierto de Australia. Con Nadal al límite y una generación que necesita curtirse, tiene en su mano tender un pulso a la historia del tenis.