La Brasil que ganó el Mundial de 1970 siempre será recordada como la mejor selección de todos los tiempos. Pese a ello, era inimaginable que su victoria ante Italia en la final fuese la génesis de su cuarta copa del mundo. O, más bien, era el origen de una promesa incumplida. Muy lejos del Estadio Azteca, Fiorindo Baggio estaba siguiendo aquel partido. Mientras aumentaba su impotencia a medida que marcaban Pelé y compañía, su hijo de 3 años quiso tranquilizarle. «Ganaré el Mundial a Brasil por ti«, le dijo. Más de 2o años después, ese niño falló el penalti que decidía todo en el Mundial de 1994 ante Brasil. Este día, algo se rompió dentro de Roberto Baggio.
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🌟 ‘Il Divino Codino‘, uno de los mejores italianos de siempre
Esa promesa incumplida ante su progenitor se ha apoderado de la portentosa historia de Roberto Baggio. Antes de plantarse a 11 metros de la gloria, su fútbol alcanzó la excelencia. Jugó en todos los grandes equipos de Italia y fue el primer gran delantero italiano tras varios años de sequía en esa parcela del campo. A medio camino entre la delantera y el centro del campo, ‘Il Divino Codino‘ fue uno de los mejores futbolistas de la década de los 90. En Florencia fueron los primeros en detectar ese talento especial para la élite, por lo que no dudaron en ficharle del Vicenza. Pese a que una lesión grave de rodilla casi trunca todo, supo reponerse y brillar con la Fiorentina. Había nacido una leyenda.
Luego llegaron sus años en la Juventus —para desgracia de la afición viola—, y más tarde tuvo aquellos extraños años entre Milán y Bolonia antes de colgar las botas en Brescia. Si se observa su palmarés, es corto para lo que supone su nombre en la historia del fútbol italiano (2 Serie A, 1 Coppa Italia y 1 Copa de la UEFA). Pese a ello, ahí es donde cobra importancia su enorme talento y su virtuosismo. Consiguió trascender lejos de esos argumentos totalitarios que imponen los trofeos, algo que lograron muy pocos futbolistas. Con ello, se explica su Balón de Oro en 1993 y su aparición en las listas de los mejores futbolistas del siglo pasado. Baggio fue el que rompió aquella concepción defensiva del fútbol italiano, el que encontró la forma de sacarle brillo al catenaccio.
🇺🇸 El fatídico Mundial de Estados Unidos
Para la Copa del Mundo de 1994, era el mejor futbolista del mundo. Las esperanzas de Italia recaían sobre Roberto Baggio. De su magia tendría que salir su triunfo, no podía surgir de otro. Quizás, por ello fueron más duras las críticas por su rendimiento en la fase de grupos. No marcó ningún tanto, y la prensa de su país no iba a perdonarle. Lo que no sabían es que se iban a acabar arrodillando ante él más pronto que tarde. En octavos, ante Nigeria, forzó la prórroga en el minuto 88 y ganó el partido. Para la siguiente ronda, en el famoso partido del codazo de Tassotti a Luis Enrique, marcó el gol de la victoria ante España en los últimos compases del choque. Su racha gloriosa hasta la final también se llevó por delante a Bulgaria, con otros dos tantos en semifinales. El Mundial de Baggio era maradoniano.
Estaba escrito que su último rival era Brasil. Tras llevar a Italia en volandas durante todas las eliminatorias, la actuación de ‘Il Divino Codino‘ tenía la oportunidad con la que había soñado durante toda su vida. La final fue tremendamente tensa a lo largo de sus 120 minutos de juego, pues ambos veían el precipicio demasiado cerca. Los penaltis decidirían al nuevo campeón del mundo.
Y es sabido que, en la historia, los lanzamientos desde los once metros siempre han causado sorpresa en pronósticos que parecían seguros. Normalmente se suelen dar en choques de máxima igualdad y para entender de antemano como estos podrían acabar, siempre es recomendable consultar las cuotas del encuentro en concreto en Oddschecker.com, un sitio que también compara los bonos de apuestas deportivas, como puede ver haciendo clic aquí, especialmente útil para partidos y eliminatorias que tienen altas posibilidades de resolverse en los penaltis.
Baggio, comprometido con su promesa, decidió tirar el último de la tanda. Su gol debía ser el que cerrase todo. Ni Italia ni Brasil consiguieron sacar ventaja desde el principio, pues fallaron sus primeros lanzamientos. Con sendos aciertos en los dos siguientes, la igualdad se mantenía. Entonces, Massaro falló y Dunga marcó. Si Baggio fallaba, habían perdido el Mundial. Con la convicción del que era el mejor, se acercó al esférico. Entonces, ocurrió la desgracia: su lanzamiento se fue por encima del larguero. Se quedó petrificado, con los brazos en jarra y la mirada perdida. Había incumplido la promesa que había marcado su vida.
❤️ El legado de Baggio, más allá de aquellos 11 metros
«Sócrates murió envenenado, Baggio murió de pie», se empezó a decir en Italia. Mientras que todo el país seguía traumatizado por ver como el alma de su ídolo tocaba fondo ante la portería de Taffarel, Baggio comenzó su viacrucis personal. Aquel penalti era el culpable de sus noches en vela. Pese a que dos compañeros fallaron antes, solo él sentía el peso de ese castigo. Todo lo que había remado quedó en nada. Estuvo 3 años sin ir con la ‘Azzurra’, y tras el Mundial de 1998 dejó de contar para sus seleccionadores. Por mucho que diese sus últimas pinceladas de brillantez en el Brescia, no volvieron a llamarle. Al menos, aquellos últimos 4 años en Lombardía le ayudaron a reconectar con el fútbol.
Para cuando anunció su retirada, Italia hizo las paces con su torturado genio. Iba a ovación por partido hasta que se marchó en San Siro. La más especial fue a finales de abril de 2004, en su último partido con Italia. Le convocaron para despedirle en un amistoso contra España, y ese adiós en el minuto 85 siempre resonará en su cabeza. Comprendió que, por mucho que fallase ese penalti, los suyos habían valorado el viaje que los llevó hasta ese punto. Era la disculpa que siempre había buscado para poder perdonarse a sí mismo. Tras retirarse, inauguró el Hall of fame del fútbol italiano como una nueva muestra de esa redención lejos de los 11 metros. Baggio murió de pie en Estados Unidos, pero aprendió a vivir con ello junto a los suyos. A final de cuentas, no hay mayor victoria para un genio que supo trascender sin cumplir su destino.