Si hay derbis todas las semanas, ojalá sean todos así. Tras el espectacular choque se vivió en semifinales de Supercopa, el Atlético de Madrid venció al Real Madrid en los octavos de Copa del Rey (4-2) en otro encuentro trepidante. Los de Simeone hicieron gala de una gran competitividad a lo largo de un encuentro que ya es un clásico instantáneo de la titánica rivalidad entre los dos clubes de la capital.
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🧤 Los porteros, protagonistas negativos en la primera mitad
Por mucho que el magnánimo recuerdo del derbi en Arabia siga presente, era inevitable irse unos meses hacia atrás. El Real Madrid volvía a pisar el Metropolitano, el lugar en el que cosechó su única derrota en esta temporada. Aquel día, el Atlético de Madrid les pasó por encima. Por mucho que los de Ancelotti estén bien en defensa, siguen teniendo pesadillas con los centros al área. Si le sumamos la semifinal de la semana pasada, ambos equipos tenían cuentas pendientes que resolver con su rival. Tocaba rendir cuentas. Quizás fuese por esto o por la tensión inherente de un partido a vida o muerte en Copa, pero el tanteo marcó los primeros compases del partido.
Esa incomodidad de ver a tu rival enfrente se diluyó con el paso del tiempo. Fue el Real Madrid quien decidió romper antes el statu quo. Se adueñaron del balón y el Atlético lo aceptó. Parecía que los estados de forma definirían el partido. Sin embargo, nada iba a ser como aparentaba el juego. Cuando más cerca estaban los blancos de abrir el marcador, los rojiblancos golpearon primero. Un despeje defectuoso de Rüdiger desvió un centro que ya venía rebotado, lo que provocó que llegase antes Lino que Lunin. El 1-0 invitaba a pensar en llegar así al descanso para calmar las aguas tras el shock. Por segunda vez, el partido no iba a seguir guiones. Modric puso el balón en juego con un envío al área y Oblak midió mal. Ahí estaba el empate (de goles y de errores) para el Real Madrid. Era momento de respirar.
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⚔️ Bellingham lideró la resistencia del Real Madrid
La segunda mitad comenzó con los de Ancelotti tratando de recuperar el dominio territorial. Así como en el primer acto, era Jude Bellingham el que ejercía de canalizador del juego. El inglés acabó frustrado en su anterior visita al Metropolitano, bajo la lupa del público por una entrada al acabar el partido. Quería cambiar ese relato desde su fútbol. Cada vez que encaraba a un rival, se comenzaba a cimentar ese cambio de signo. El problema estaba en que, por tercera vez, el choque jugaba al despiste. Lejos de narrativas preestablecidas, quería ir a su aire. Otro envío rechazado apareció por el área del Real Madrid, y era perfecto para que lo atrapase Lunin. El ucraniano pecó de blando, el esférico rebotó en Rüdiger y Morata marcó a placer el 2-1 para el Atlético. No se podía decir que el encuentro no avisase de sus intenciones.
Al Real Madrid le tocaba aclarar sus ideas una vez más. El partido se estaba decidiendo por nimiedades en las áreas, pero ese control de la primera mitad se había desvanecido ante un Atlético tremendamente competitivo. Simeone sabía de esa tortura mental por la que pasaban sus rivales. Quería que apretase el Metropolitano, que celebrasen cada despeje. La narrativa esta vez apuntaba a una victoria del Atlético. Por cuarta vez en la noche, el partido iba a reírse de sus ideas preconcebidas. Esta vez lo haría con especial crueldad, pues los rojiblancos acababan de desperdiciar la ocasión de un hipotético 3-1. En esta ocasión, Morata falló y Lunin acertó. Comenzaron a sonar los tambores de guerra del Real Madrid. Bellingham volvía a ser el elegido para aparecer. Recibió un pase filtrado y le entregó el gol en bandeja a Joselu. Había llegado el 2-2; tendríamos una nueva prórroga.
💪 Griezmann y Riquelme finiquitaron el partido para el Atlético de Madrid
El tiempo extra volvía a decidir un derbi madrileño. Con los giros de guion que tuvo el encuentro durante sus 90 minutos reglamentarios, era difícil discernir hacia donde iba a caer. La exuberancia física que mostró el Real Madrid en Arabia invitaba a pensar en algo parecido, pero venían de jugar un partido más. El Atlético de Madrid, para evitar una repetición de aquel resultado, tendría que jugar bien sus cartas. Si esto va de aprovechar oportunidades, no había nadie en el terreno mejor que Griezmann. Marcó el 3-2 desde un ángulo imposible, lo que añadió ansiedad al Real Madrid. Era su gol 175, el que le volvía a confirmar como máximo goleador del Atlético de Madrid. Esta vez, al contrario que en Arabia, parecía que tendría un final más feliz.
Esa diferencia con lo visto en la Supercopa se reflejó en el color de la camiseta de los que defendían. Esta vez, los rojiblancos eran los que defendían cómodos cerca de su área. Y, claro está, serían ellos los que sentenciarían en una contra que no quería defender nadie. Rodrigo Riquelme hizo lo que sueña todo canterano del Atlético de Madrid con ese 4-2 que eliminaba a su acérrimo rival y los enviaba a cuartos de Copa del Rey. Por segunda vez en esta temporada, el Metropolitano se erigía como el veneno que debilitaba al Real Madrid. Eso sí, lo hizo con menos claridad y más suspense que en la primera ocasión. Tras el sinsabor de hace una semana, bien está lo que bien acaba. Y si hay alguien insatisfecho, que no se preocupe: queda otro derbi por jugar.