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El Barça deja a un lado el ADN para castigar al PSG

Nadie sabe definir con exactitud lo que es el ADN culé. Siempre sale a la luz, pero nunca acaba con esas dos o tres líneas dignas de la RAE. Mientras que Luis Enrique planteaba este mismo debate, Xavi decidió golpear. El Barça no solo sobrevivió al Parque de los Príncipes, sino que se fue con ventaja (2-3).  Dentro de una semana, en un Montjuïc que desde ya se viste de gala, terminará la eliminatoria y la conversación sobre lo que forma el libreto azulgrana.

🤝​ Raphinha aprovechó del trabajo de Lewandowski

Cuando la previa parecía que la iban a calentar el recuerdo de Neymar o el fichaje de Dembélé, Luis Enrique dijo que no, que el protagonista quería ser él. Su dardo a Xavi Hernández en rueda de prensa fue directo, conciso y doloroso. «¿Que quién representa mejor el ADN del Barça? ¿Xavi o yo? Sin ninguna duda, yo. Mirad los datos», afirmó. Por mucho que su afectuoso saludo enterrase el hacha de guerra, el caldo de cultivo ya estaba ahí. Y, conociendo a ambos, estaba claro que iban a querer demostrarlo en el campo. Quizás, era la mejor forma de honrar ese estilo culé: las diferencias solo se revuelven mediante el juego. Cruyff lo hubiese querido así.

El eterno legado de Johan Cruyff

En medio del debate con un balón en medio entre los dos técnicos, ambos tenían argumentos para salir vencedores. El PSG tocaba más el balón, pero lo gestionaba peor; y el Barça funcionaba al revés. Todas las preguntas tenían su respuesta, a excepción de una. La bola curva de Xavi que no supo descifrar Luis Enrique estaba personificada en Robert Lewandowski. Hacía mucho que el polaco no se encontraba tan cómodo fuera del área, y los culés lo notaban. Cada movimiento daba alas a los suyos y atemorizaba a los defensas contrarios. El gol estaba al caer. No fue suyo —Raphinha marcó en el rechace—, pero llevaba su firma. El Barça, con este 0-1, sobrevivía con matrícula de honor; y Xavi, por su parte, daba un golpe sobre la mesa.

​🔝​ El Barça aguó la fiesta del PSG en la segunda parte

A Luis Enrique le tocaba devolver el golpe. Los 15 minutos de descanso le sirvieron para ajustar su planteamiento inicial, y dio entrada a Barcola por un desdibujado Asensio. Con ello, reorganizó su ataque. Ya se escuchaban tambores de guerra desde la grada. Debe ser que sonaron fuerte, porque hasta Dembélé se desperezó. En uno de sus arrebatos de genialidad, estuvo cerca de romper la red. Ni se vio el balón salir de su bota, y no dudó en celebrar el tanto, como quisiera recordar que él también era uno de los alicientes del partido. Poco después, como si se hubiese abierto la caja de Pandora, Vitinha marcó el 2-1. Xavi no se lo podía creer: en un abrir y cerrar de ojos había perdido su ventaja en el debate y en el campo.

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Dembélé fue el mejor del ataque del PSG en un día en el que Mbappé no apareció.

Tal y como hizo el entrenador del PSG, el catalán movió ficha. Si caía, lo iba a hacer como el abanderado del ADN que le negó Luis Enrique. No tardó en entrar Pedri, y eso que salía de lesión. Como si fuese un mensaje divino en medio del debate futbolero entre dos abanderados del estilo culé, el canario hizo una genialidad en su primer balón. Vio a Raphinha y dio uno de esos pases que solo veía el propio Xavi. El brasileño, que firmó una actuación redonda, no falló. Con las tablas en el marcador, llegó la calma. Aquel sonido atronador de los tambores quedaba muy lejos del área técnica culé. Acababa de empezar un nuevo partido en el que el sufrimiento y su gestión serían clave. Nadie dijo que estuviese dentro del libreto del Barça, pero tampoco se señaló lo contrario.

El PSG las tuvo. No por medio de Mbappé, que estuvo desdibujado y gris en el centro del ataque, sino por el esfuerzo del resto. Hasta dos veces impactó el balón contra los palos de la portería de Ter Stegen. Todo apuntaba a que este Barça volvería a mostrar su mandíbula de cristal, pues se le estaba empezando a hacer largo el encuentro. Entonces, apareció un amigo: Gianluigi Donnarumma. Aquel lanzamiento de córner exigía su presencia, porque iba tenso a la frontal del área pequeña. Le cayó a Christensen para rematar a placer y marcar el definitivo 2-3. Posiblemente, semejante tanto era del libreto de Bordalás y no del que escribió Cruyff, pero un gol es un gol. Así, el sufrimiento de los minutos finales sabía mejor. Habían ganado el partido, y Xavi su debate. Para los eruditos queda si lo hizo con más o menos ADN Barça, si es que algo así se puede definir; para el resto queda una vuelta en Montjuïc que ya sueña con las semifinales.

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