El Atlético de Madrid viajó al norte con la esperanza de alcanzar la final de Copa del Rey, pero San Mamés no tardó en tirar por tierra sus deseos. Por medio de una nueva exhibición de los hermanos Williams, el Athletic Club firmó un encuentro redondo y eliminó a los de Simeone con una goleada para el recuerdo (3-0, 4-0 en el global).
🔝 Los Williams llevaron en volandas al Athletic
El ambiente era el esperado. San Mamés era el infierno en la tierra. Con respeto a lo que será la final contra el Mallorca en La Cartuja, Athletic y Atlético de Madrid iban a enfrentarse en el borde del precipicio. Quién ganase, se llevaría todo; nadie se acordaría del perdedor. Los de Simeone, que llegaban con un gol de desventaja, fueron valientes desde el inicio. Puestos a entrar en una pelea a vida o muerte, querían hacerlo con gallardía, y miraban a la Copa con lujuria. El ambiente de la Catedral, por muy infernal que fuese, no les pesó al inicio. Esa valentía les hizo coger confianza, como si ellos fuesen el demonio que regentaba el lugar; y no sus rivales. Su gran problema fue, quizás, ese mismo. El Athletic Club los tenía donde quería.
Dentro de este San Mamés endemoniado, los Williams eran sus ángeles caídos. Cada estampida al contragolpe era el perfecto sinónimo futbolístico del día del juicio. No estaban dispuestos a perdonarle al Atlético esa soberbia del inicio. En una de esas cabalgadas llegó el primer golpe de la noche. Centró Nico Williams y remató Iñaki con una espectacular volea. El 1-0 era doloroso para el Atlético, pues su travesía por el infierno se hacía más costosa. Pese a ello, mantuvieron su actitud. Creían en su plan, y a estas alturas solo les quedaba la fe. Entonces, al borde del descanso, decidieron castigar la gula que tuvieron con el balón. Con los mismos protagonistas, pero con los papeles invertidos, llegó el 2-0 para el Athletic. Los Williams eran los jinetes del Apocalipsis.
💪 Guruzeta sentenció el pase a la final
El Atlético estaba frustrado, lo que encendió la chispa de la ira. El conato de tángana entre Iker Muniain y Samuel Lino activó más aún a los locales. Como si cada jugador local tuviese un par de pulmones más que sus rivales, dejaron al Atlético como un mero espectador. Incluso parecía que ya les había consumido la pereza. Mentalmente ya estaban fuera. Cada intento de acercarse al área contraria ya no era un acto de fe, sino un brindis al sol. Ahí, quedar encerrados en su área, pasó lo inevitable. Guruzeta se aprovechó de un rechace y marcó el 3-0. Oblak solo podía observar con envidia a sus rivales. Ellos tenían aquello con lo que tanto habían soñado los colchoneros.
Con el 4-0 en el marcador global de la eliminatoria, el Athletic bajó las revoluciones. Irremediablemente, esto provocó un paso adelante del Atlético de Madrid. Como si tratasen de volver a ese inicio de partido tan valiente, querían su gol. No se querían marchar de San Mamés sin conseguirlo. Esa avaricia por el gol dio pie a la aparición de su último demonio: Julen Agirrezabala. Por mucho que ellos lo quisieran todo, el guardameta les iba a dejar con las manos vacías. El final del partido fue la consumación de los siete pecados capitales que habían cometido los rojiblancos. Toda esa ilusión de levantar la Copa se había esfumado. Al menos, y a diferencia del mundo espiritual, esta derrota solo durará hasta la próxima temporada. No será así para el Athletic y todas esas gargantas que cantaban por el pase a la final. Para ellos, este infierno particular solo es la antesala de su cita con la eternidad.