DIEGUENAZO PADEL
✍️​ Opinión

El ‘Dieguenazo’: mañanas complicadas, tardes de pádel

Ja. ¿Pensabais que iba a hablar de fútbol en un parón de selecciones? Sería lo lógico desgranar el virus FIFA, quien lleva razón en la guerra entre clubes y federaciones y temas similares, pero no. Es mi columna y he venido a hablar de mi libro (mis movidas). Por ello, voy a hablar de una tradición que se ha instaurado en mi grupo de amigos: cuando uno pasa una mañana fastidiada, por la tarde jugamos al pádel. Simple. Además, tampoco os podéis quejar del timing, porque ayer terminó el P1 Madrid Premier Pádel. Mejor percha, imposible.

Mis rituales con mis colegas se merecían un ‘Dieguenazo’.

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💊​ El pádel es un analgésico

No os penséis que somos un grupo de chavales extraño. Nos pasa lo mismo que a todo hijo de vecino: tenemos desengaños amorosos, malos días en el trabajo… lo normal. La cosa es que, mientras el resto del mundo decide quedar para hablar, nosotros quedamos para jugar. Luego puede haber un cuarto set en un bar cercano, pero es lo secundario. Lo principal es echar nuestra pachanga, el resto ya veremos. ¿Y por qué el pádel? Porque se necesitan menos personas que para jugar al fútbol y porque nos hacemos mayores. Hemos aceptado que ya no todos podemos estar siempre, y que nos hemos convertido en lo que juramos destruir. Vaya, que estamos a un paso de ser esos padres divorciados que viven en los clubes de pádel. Esto es madurar, supongo.

Nuestro modus operandi es sencillo. Si a alguno le pasa algo, lo pone por el grupo que tenemos específico de jugar al pádel. Aunque sea algo de imprevisto, intentamos hacerlo en el mismo día. Si no, al día siguiente. No hay problema siempre y cuando salga el partido adelante. Cuando jugamos, comentamos un poco el problema en lo que entramos a la pista. Dentro, no se habla de lo que ha pasado. Entramos en un trance en el que no importa el resto del mundo, sino que la pelota pase al otro campo. Se permite que el (o los) afectados peguen pelotazos y no den pie con bola. Da igual, porque no hay reproches. Solo hemos ido a pasar el rato. Con ello, y pese a que no consiga cambiar nada, puedes estar casi dos horas sin pensar en nada. Y, joder, cómo se agradece cambiar el ruido de la cabeza por el de la pelota impactando en la pala.

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La semana pasada, como tantas otras, me tocó a mí organizar el partido. «Chavales, que toca pádel». Salió ese mismo día, por suerte. Me lo pasé genial, tanto que volví a jugar en las dos tardes siguientes. Fue con otro grupo de amigos, no con los de siempre, pero también estuvieron bien esos partidos. Es lo que tienen las mañanas que complicadas, que, cuando se acumulan, me toca jugar de más al pádel. Así acabé, con agujetas en casi todo el cuerpo y sin querer hacer más bandejas. Problemas del primer mundo. Lo bueno es que esto, al menos, tiene una solución más fácil que las situaciones que provocan estas pachangas. Ojalá todo pudiese desbloquearse con un poco de tiempo y agua con azúcar.

En definitiva, me gusta mucho este ritual que se ha formado en torno al pádel. No seremos Ale Galán y mi querido Fede Chingotto, pero nos lo pasamos bien. Tanto que, por un rato, tenemos claro que el sol volverá a salir mañana, que nunca hay nada tan grave. Siempre habrá una pelota más que devolver, porque gana el que la pasa al otro campo una vez más. Creo que de eso va este deporte. Y también pienso que de eso va todo esto. Como en ‘Los Simpsons‘, consiste en lanzar aros, nada más. El resto, paja.

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