Qué gusto dan las jornadas en las que vuelve el fútbol de clubes y se acaba el parón de selecciones. Ese momento en el que rueda otra vez el balón es orgásmico. Sin embargo, no dura mucho. Porque si regresa lo bueno, también lo malo. Ni una jornada nos dejó libres la cansina polémica arbitral. Que si al Real Madrid le pitan penaltis, que si mi abuela fuma… Turra suprema e infame. Por ello, este fin de semana decidí investigar para traeros buen contenido. ¿Cómo es esto del arbitraje? ¿Es tan fácil como creemos?
Mis respuestas merecían su ‘Dieguenazo’ particular.
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🥲 El arbitraje solo es para algunos
La gran pregunta gira en torno a cómo demonios arbitré un partido. Pues bien: me he metido a entrenar un equipo de fútbol femenino. El Pozuelo Juvenil B, más concretamente. Estoy de segundo junto a un amigo mío, así que somos una especie de José Mourinho y Rui Faría, pero con la dinámica más integrada de quién es el poli bueno y quién es el malo. Pues bien, este fin de semana iba a estar por primera vez como entrenador para jugar un partido amistoso. Y, como podéis esperar, no había árbitro. Una parte la arbitraría alguien del otro equipo, y la otra me tocaría a mí. En cosa de una semana, iba a debutar en los banquillos y en el arbitraje. Reinventar este deporte siempre fue mi pasión.
El primer tiempo no lo arbitré yo, y menos mal. Jugamos fatal. Mi amigo me dijo que, posiblemente, era el día en el que peor estuvieron desde que lleva el equipo. En la segunda parte comenzaba mi masterclass de arbitraje, con la lección aprendida de los Ovrebo, De Bleeckere, Busacca o Stark (¿pur qué?). Me dejaron un silbato, incluso. Ahí llegó el problema: o ese trasto iba mal o yo no sé soplar. Creo que pité bien dos veces en 45 minutos. Calamitoso, si me preguntan, por lo que la culpa es de ese aparato del demonio. Lejos de lo que me molestase el maldito trozo de plástico, creo que empecé bien. Seguía el balón, estaba bien colocado y daba fluidez al juego. «No sé de qué se quejan, que esto del arbitraje es fácil», pensé. Já.
Hubo un par de acciones contra mi equipo que no pité porque no consideraba que fuesen falta. En la primera, mi jugadora me soltó una mirada asesina; y para la segunda, estalló. «Joder, si el que no pita es Víctor», dijo. Yo me reí, pero no sabía que había abierto la Caja de Pandora. Mis futbolistas empezaron a exigirme las faltas, y las del otro equipo también se quedaron con mi nombre. ¡Estaban tuteando al árbitro! Inadmisible. Se me iba el partido de las manos. Aún fue a peor un poco más adelante, cuando pité penalti para el Pozuelo. Estaba bien posicionado y lo vi clarísimo. Masterclass de arbitraje. Solo tuve dudas de si fue dentro o fuera, y las rivales se dieron cuenta. «Arbi, es fuera», comentaron. «No, es dentro y ya lo he pitado», respondí. Mucha jerarquía por mi parte, y mucha tranquilidad por parte de mi delantera, que lo marcó.
Con ello, arrancó el run-run desde la grada. «Qué malo eres», «no tienes ni idea» y demás lindezas empezaron a sobrevolar mi arbitraje. Empecé a echar de menos al Víctor de hace unos años, el que iba a ver pitar a sus amigos colegiados. Cuando les insultaban, yo empezaba a alabarles como un hooligan. «Árbitro, ¡qué valiente eres! ¡Equitativo! ¡Cómo aplicas el reglamento!», gritaba. En qué estrella estaba para cuidar de mí. Por suerte para mí, no me necesité demasiado. El resto del partido transcurrió sin demasiada polémica, aunque vi que mis jugadoras se quejaron mucho. Fueron las críticas más férreas de mi arbitraje, pero la venganza es un plato que se sirve frío: en el entrenamiento de hoy van a correr el doble. Es lo bueno de ser entrenador-árbitro.
Con el final del partido (no logramos remontar, por cierto), el colegiado de la primera parte me dijo que él también hubiese pitado penalti y que había estado bien. ¿Dónde están los haters? Al que no le gustó tanto mi actuación fue a mi amigo, que demostró en el vestuario que, en efecto, el silbato estaba bien. Seguiré pensando que fue un complot contra mí. Y le ha salido bien, porque he decidido retirarme del arbitraje. Me voy en la cumbre de mi carrera, tras reinventar los roles del fútbol. He visto que, aunque tenga un indudable talento, esto es muy duro. Si me reclaman mis propias jugadoras, no me quiero imaginar por lo que tiene que pasar un colegiado cuando le pita un penalti a un equipo grande y sale en todos los informativos. Es un trabajo muy fastidiado que prometo no volver a criticar (tanto). Honor para ellos, por ser tan equitativos y ecuánimes en su aplicación de la normativa.