Opinión

La última lección de Rafael Nadal

Rafael Nadal siempre profesó una admiración profunda por Manolo Santana, un pionero que abrió camino a los jóvenes. Probablemente ese mismo respeto sea el que Carlos Alcaraz guardará siempre al balear. Cada uno, en su forma y ser, ha sido, es y será distinto. El murciano ha tendido un pulso a su compatriota, pero más allá de lo que dicte el futuro, nunca podrá hacer sombra a esa magia, a ese sentido irracional y casi místico que ha transmitido Nadal durante toda su carrera.

Porque Rafa es —todavía le queda cuerda— más que un deportista. Es un ser querido e idolatrado hasta por aquellos reacios al tenis, que ha transmitido algo más que un winner o un revés. Nadal ha representado los valores de la humildad y el sacrificio que tanta falta le hacen a algunos de los llamados a tomar su testigo en el circuito. Esto le ha permitido, además de embolsarse más de 100 millones de euros en la pista, multiplicar estas ganancias con un puñado de marcas que han querido ligar su imagen a la trayectoria del tenista.

Pero no hay que perderse en datos banales, porque el deseo prioritario de Nadal siempre fue deportivo. Pugnó por ser el mejor y, para muchos, lo ha conseguido. Otros ubicarán en ese escalafón a Roger Federer o a Novak Djokovic. En lo que coinciden los tres, e incluso sus fans, es que no fue una desgracia compartir generación, sino más bien todo lo contrario: una bendición. La competencia llevó al big three a superarse cada día hasta llevar a este deporte a un nivel desconocido que ninguna otra generación se atreverá siquiera a explorar.

Por eso duele más que Nadal, en lugar de inclinar la rodilla frente a los jóvenes que emergen, lo haya hecho frente a sí mismo. Su cuerpo, ese que le ha convertido en verdugo y vasallo al mismo tiempo durante toda su carrera, ha trastocado su plan. El físico le sirvió para marcar diferencias, pero también le ha forzado a parar en infinidad de ocasiones. La última, una lesión de grado 2 en el psoas iliaco, ha resultado ser —casi— devastadora. Cuando Nadal renunció a Indian Wells y Miami para ejercitarse en arcilla nadie vislumbró la posibilidad de que renunciara a todos y cada uno de los torneos de esta gira.

En su academia, ante la atenta mirada de su círculo más presente, anunció que por primera vez desde 2005 no estará en Roland Garros, donde presenta un balance surrealista de 113 victorias y tan solo dos derrotas con 14 coronas. Lo más doloroso, en cambio, fue cuando puso fecha a su retirada. Ojalá no haya más contratiempos y pueda competir hasta el final de 2024. Como él mismo dijo, no merece “un final así”.

La hoja de ruta está marcada. Su deseo es competir con España en la Copa Davis para preparar su último asalto. Será la enésima vez que regrese tras una lesión. Jamás me he cansado de repetir que un regreso con éxito es posible, porque Nadal nos ha acostumbrado a ello. ¿La edad? En 2022 enlazó más de 20 triunfos consecutivos en el inicio de la temporada tras varios meses sin competir. Sí, la lesión es más preocupante: parará incluso de entrenar los próximos meses. Y sí, la nueva hornada parece más preparada —Alcaraz, Sinner, Rune…—. Pero Nadal se crece ante la adversidad.

La arcilla es territorio fetiche. Y si gana —otra vez— la guerra a su físico, nadie podrá descartarlo. Da igual si es con ranking protegido o con una invitación. Él será el rival al que todos quieran evitar en los primeros cruces. Nadal no está preparado para encarar su retirada, aunque siempre ha sido consciente de la limitación del transcurso del tiempo. Lo peor de todo, es que ni con su relevo (Alcaraz) como número uno del mundo, España tampoco está preparada para despedirle.

Llegados a este punto solo cabe esperar su regreso. Y una vez esté sobre la pista olvidarnos del resto, como él ha hecho tantas veces para voltear un marcador imposible. Nadal nos ha dado una lección en las dos décadas que lleva como profesional: no arrojar nunca la toalla. A sus 37 años, tras ganarlo todo, quiere escribir su final sobre la pista. España —y el mundo— está obligada acompañarle de la mano en esa travesía. En la pista, frente al televisor, o en forma de texto, como un servidor. Gracias, Rafa.

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